03 septiembre 2015


22 agosto 2015

Diapasón



Como un avión, avanzando sin contratiempos hacia algún piso superior de las torres gemelas, la posibilidad de que toda mi vida sea una mentira me alcanzó y los sentidos colapsaron ante el devastador estremecimiento. 
Para Salma Rushdie los hombres modernos somos un edificio tembloroso, construido con retales, dogmas, injurias infantiles, artículos de periódico, comentarios casuales, viejas películas, pequeñas victorias, gente que odiamos y gente que amamos. Yo voy remontando mi propio edificio, intentando reconstruir cada uno de sus pisos, y frente a ese gran abismo se aturden mis sentidos y me invade un miedo intenso. No sé por eso si estoy instalando, en medio de todo esto, un elevador para simplemente alejarme del abismo o uno desde el cual pueda, además, otear la profunda amenaza que se ciñe sobre mi propia historia.
La vida, al final, es una suerte de discurso intercalado en el que para mi desgracia el olvido y la memoria se confunden y parecen provenir de un mismo lugar. Yo intento pensar solo en el presente. Pero justo aquí, en el presente, un mueble Le Corbusier cuya estructura exterior me recuerda la arquitectura de las torres gemelas.
Como los pisos superiores del World Trade Center, al ser cubiertos por el humo y el fuego, el intrincado camino hacia mis recuerdos se desvanece. La presencia continua de preguntas sin respuesta me impide ver las huellas y no sé si dar marcha hacia adelante ignorando la nada profunda que se ciñe sobre mi pasado o empecinarme en dispersar la bruma. Damos por sentado tantas cosas, nos reconocemos en tantas otras, sólo basta con olvidar algo para tener certeza de que se puede fallar y en medio de ese error estamos nosotros para ser reconsiderados. Es ese el problema: mis huellas están cubiertas por la misma niebla que me impide ver el camino sobre el cual debo dar los próximos titubeantes pasos y mi porvenir.
Si la segunda guerra demostró que tenemos la capacidad para llevar la rutina hasta extremos inusitados, el 9/11 fue la prueba de que podemos romper con ella un día cualquiera. Leí precisamente algo acerca de ese día de septiembre para hacer memoria, vi una y otra vez el choque de los aviones contra las torres y el posterior colapso. Parecía que los veía por primera vez. Mirando el choque de ambos aviones contra las oficinas del World Trade Center tuve la certeza de que los corazones de los 92 pasajeros del vuelo 11 de American primero y, 17 minutos después, los 65 corazones del vuelo 175 de United, palpitaron al unísono con el de todos los oficinistas. Y aguardé, como se hace cuando se prueba un diapasón, la absoluta disipación de ese abrasador, tembloroso y único latido.

Carlos Andrés Salazar Martínez

29 julio 2015

La prospección y los cazadores de horizontes

El futuro es inevitablemente el lugar hacia donde nos dirigimos y, de hecho, se nos presenta como un horizonte del que sabemos mucho más de lo que sospechamos. Tenemos a nuestra disposición todas las pistas necesarias para adivinar lo que pasará con la raza humana. Las películas y los libros de ciencia ficción ya nos lo dijeron. Algunos pocos líderes e iluminados ya hicieron sus cábalas y profecías respecto a nuestro porvenir. Tomaron, por nosotros, algunas decisiones.
Particularmente, para los países latinoamericanos, ese horizonte se nos presenta en forma de visión, documental de Discovery channel o, como es obvio, país desarrollado. Nuestro reto consiste en ir alcanzando poco a poco lugares que ya han sido colonizados y tal vez, en algún momento, liderar el progreso en algún campo del conocimiento.
Quiero, sin embargo, aclarar aquí que el futuro del que estamos acostumbrados a hablar es aquel en el que, como dice Lévi-Strauss, contemplamos el progreso según la cantidad de energía disponible por persona. Y, pese a lo inapropiado que es imaginar un futuro más excluyente, es imposible para el pensamiento occidental ver lo civilizado desde otro ángulo. Y no crean que estoy adoptando una perspectiva nostálgica respecto al futuro, estén seguros: quien piensa en su destino no deja de hacerse preguntas por su pasado. Es, de alguna manera, el impuesto que debemos pagar quienes nos atrevemos a medir el porvenir. Y es que en nuestro cerebro percibimos el futuro a través de nuestras experiencias inmediatas. Toda memoria sirve para orquestar la imagen que nos hacemos del futuro.
Incluso, emparejar la memoria con la promesa es algo que no es ajeno a la filosofía. Paul Ricoeur plantea, por ejemplo, que mientras la primera dando vuelta al pasado es retrospectiva; la segunda, mirando al futuro es prospectiva. Ambas son a la vez opuestas y complementarias; el equilibrio de sus fuerzas proporciona amplitud a lo que es el ser humano.
Opino que el discurso sobre el mañana debe abrirse también a otro tipo de cuestiones porque incluso esos países que llamamos desarrollados han sentido la necesidad de emprender el cultivo de otro tipo de intereses, entre ellos el de las más refinadas y diversas prácticas espirituales y sociales de las que la historia del hombre ha sido testigo. De hecho, ya había advertido Lévi-Strauss, no puede entenderse el concepto de civilización sin la pluralidad cultural. El progreso tiene matices que deben ser explorados a través de otras perspectivas.
Hay un horizonte que se extiende mucho más allá de lo obvio…
El desarrollo tiene acepciones en las que caben los sistemas filosóficos-religiosos, las condiciones psicológicas que nos permitan enfrentar un desequilibrio demográfico o la devastación ambiental e incluso la capacidad de unir teoría y práctica en un solo dogma.
En un mundo cada vez más conectado hemos sido testigos de que las personas que se encuentran en el desarrollo de punta tienen la capacidad de asimilar y seguir las más disímiles prácticas. No hace muchos años, mientras Steve Jobs comía con los Hare Krishnas el Dalai Lama le indicaba a los Neurobiólogos dónde buscar la felicidad. Una verdadera fusión de horizontes diría Gadamer.
Caso aparte sería decir que cada persona con espíritu curioso y capacidad creativa ha buscado primero ponerse a la par de los desarrollos científicos de su época. Llegar a un lugar en el que el horizonte presenta nuevos desafíos. Retos y dificultades que les permitan trabajar en igualdad de condiciones con países aventajados.
El trabajo conjunto, el intercambio cultural, y la capacidad de aventura de grupos de investigación comprometidos ofrecen la posibilidad de conocer, de primera mano, lo que se está haciendo en el país para encontrarse con el futuro.
Realidad virtual, realidad aumentada, máquinas de impresión 3D, ciudades ambientales e inteligentes, vehículos impulsados con energía limpia, la manera de hacer negocios y sus retos. Y, cómo ya lo saben, incluso el cultivo del espíritu estará sometido a los caprichos del tiempo.
Pero sólo tenemos el presente. El presente es el lugar desde donde volteamos a ver las viejas cimas y perfilamos la vista hacía nuevos horizontes. Como seres humanos somos conscientes de que nuestra vida se encuentra en la corriente de un tiempo que parece infinito en los bordes y en la que, como dice el poeta Juan Felipe Robledo, un oso parco nos pesca como a salmones torpes. 

Carlos Andrés Salazar Martínez

14 julio 2015

Saborear texturas: Una travesía por los sentidos


Quiero hablar de los sentidos y, como tal vez a los lectores también se les conquiste por el estómago, comenzaré por el del gusto. Porque es que ahora, luego de años de comer muy cerca de casa, puedo decir que esa comida con la que crecemos termina adquiriendo una monotonía severa. Su presencia impone una cadencia rutinaria de la que no somos conscientes hasta que aparecen nuevos ritmos. El primero de ellos —uno vertiginoso e impredecible— fue, para mí, la comida santandereana; sus platos parecen estar en otra escala musical, una para la que mi gusto, quizás, se había estado preparando. Una que valía la pena escuchar. En el momento en que una extraña cebollita ocañera liberó su sabor en un temperamental pequeño trozo de carne oreada, se produjo una explosión en la que el aburrimiento había terminado. Era como si Paco de Lucía interpretara acordes para que mis papilas gustativas se sintieran invitadas a una eufórica e inesperada fiesta.


http://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/revistaudea/article/view/23209/19066


Carlos Andrés Salazar Martínez

30 abril 2015

Mujeres posibles

La pantalla se llenó de mujeres. Ingresó todos sus datos personales en una página de citas por internet. Tenía ejemplos claros de que para mejores amigos, los algoritmos. Ellos había atinado a dar un esposo de Argentina a una prima, una princesa de Suecia a un vecino y una chica de Ipanema a un compañero del trabajo. Por años había esperado que alguien hubiera tenido el valor de presentarle, solo una vez, una mujer bonita y honesta. Estaba decidido a desconectarse de la frustrante relación en la que se encontraba desde hacía tres años y en la que hasta el más mínimo detalle afectaba cualquier tregua.

Algunas de las preguntas en el formulario de ingreso lo hicieron sentir miserable, otras lo hicieron creer un gran pretendiente. Se vio tentado a mentir en más de una, especialmente en la de su estatura y en la de su rango salarial –recordó la estadística según la cual mientras más bonita ella más gana él–. Otras preguntas lo sorprendieron: ¿Qué acostumbra hacer mientras espera, mira su celular o ve pasar gente? ¿Cuál es su sistema operativo favorito ios o android? No pudo predecir qué efectos tendría en la selección de su posible pareja una u otra respuesta.

La gran duda le sobrevino cuando al preguntarle por su actriz favorita la memoria le sugirió la Charlize Theron de Dulce noviembre, la Natalie Portman de Dior, la Scarlett Johansson de Perdidos en Tokio o la Rachel Welch de Hace un millón de años. Se saturó ante el vértigo de todas las mujeres posibles igual que le sucede ahora frente a la pantalla.

Un problema a parte fue escoger una foto digna para su perfil. Y notó que la mayoría de las fotos de las mujeres seleccionadas por las ecuaciones parecen haber sido producidas por un profesional. Se preguntó en cuántos datos habrían mentido todas esas mujeres, se creyó cómplice de un fraude global y regreso al chat en el que su novia había puesto una foto de ambos mirando a la cámara, fuera de foco y a contraluz.