15 noviembre 2012

Participación


Dentro de su grupo de amigos podemos contar un descuidado revolucionario
-          ¿Pueden creerlo? ¡El primer matrimonio! – Protestaba y al tiempo golpeaba la botella de su cerveza contra la mesa – El primer matrimonio de alguno de nosotros.  Y el muy desgraciado nos manda una tarjeta de participación. De participación ¿Quién se invento esa maricada? Mejor no nos hubiera mandado nada.
Un sabelotodo sin esperanza
-         La verdad. Creo que es un invento reciente. – Y su ceño tomó semblante de  experto – Aunque podrían estar estrechamente relacionadas con los comunicados en los que los señores feudales anunciaban sus nupcias.
-         – ¿Y el güevon éste ya se cree señor feudal? – Y esta vez bebió de la botella.
Un posible afeminado
-          – No me gusta nupcias, eso suena retro. Mejor veamos que es lo que vamos a comprar de la lista de novias – Terminó diciendo mientras que con un gesto todavía impreciso lleno de plumas la mesa.
-          – ¿Éstas loco? A ese cabrón no le vamos a comprar nada.
Un economista sin remedio
-      – Él había dicho que no le iba a alcanzar la plata – Dijo y se frotó los dedos de la mano derecha como contándola. 
Y un conformista declarado
-          – A la hora de la verdad es mejor no ir – Llevándose la cerveza a la boca se calló
-          – Si. Es mejor que no nos invitaron. Porque si llegó a ver a esa modelito no me aguanto. No me aguanto.

Todos ellos recuerdan el día que Andrés la presentó. Esa noche, como acostumbraban hacerlo, se encontraron antes de buscar donde tomarse las cervezas, en una barcito de los que rodean el Parque Lleras. Él ya les había dicho que era una modelo y ellos no le habían creído, en medio de risas le dijeron “como no, toda novia es una modelo”. Esa noche El Che, Einstein, Juan Gabriel, John Nash y Jakob vieron una musa. Andrés subió por las escalas para ubicar la mesa en la que se encontraban, ellos levantaron sus cervezas para que los viera. Detrás de él y tomando su mano, la modelo.
Y es que si, existen diferentes tipos de modelos, están las delgadas e infinitas como Giselle, las bajitas voluptuosas como Jennifer, y las fibrosas de talla media que están entre una fisicoculturista y una deportista amateur como Madonna, y además están aquellas que no son de aquí ni son de allá, es decir, la Natalia de Andrés. Algo así como una trigueña alta de culo mestizo, brazos firmes y tetas entre confortables y discretas.

-        – Ellos ya nos habían dicho que la lista de invitados estaba hecha que sólo había espacio para cincuenta – Dijo sin esperanzas Einstein
-      – Es que si uno hace el matrimonio donde ellos lo van a hacer, la plata no alcanza, ni para uno, ni para los invitados – Planteó John Nash
-      – Pero si no hay espacio para los amigos. A mi no me parece una cosa diferente a un traidor – Sentencio luego de tragar el trago de cerveza que tenía en la boca y continuó – Me siento tan excluido como cuando los Judios lo estaban.
-          – De hecho aún lo están – Dijo Einstein.
-          – ¿Quien va a negar que los mejores años de nuestra vida los vivimos juntos? – Acertó a preguntar Jakob.
-          – ¿Y quien va a impedir que mate a ese Hijueputa? – Dijo El Che
-         – Yo no sé. Pero el vestido va a estar divino y la novia preciosa – Le respondió Juan Gabriel. Porque para él también era una musa.
-          – El amigo por el que me rompí las pelotas en el colegio, con el que mochilie por la costa, fuera de que se va casar no me invita el muy desgraciado… Conocen una vieja bonita y olvidan la causa, que tristeza. Que tristeza.

Las cervezas iban y venían. El Che ya se había tomado como cinco, y mientras que Einstein, Jakob y John Nash llevaban cuatro Juan Gabriel llevaba seis. En el aire la promesa de una fresca noche. Ellos tenían su preferencia por una mesa en particular que desde la terraza del bar les permite observar, sin muchas incomodidades, las mujeres que aguardan ser encontradas. Manteniendo las proporciones el casting por lo general esta entre un Desfile de Victoria’s Secret y uno de Leonisa.

– Falta una semana para la boda y habían acordado encontrarse ese día, antes de recibir la tarjeta de participación, para terminar de concretar la despedida de soltero de Andrés.
-          – Yo ya había comprado la guayabera – Dijo Jakob sin rastros de reclamo.
-          – Ni que fuera la puta hija del presidente. ¿Y saben que? Nos vamos a tomar unos rones.
-          – Nos hemos ahorrado lo del regalo, lo de los trajes y lo del viaje – Dijo Nash haciendo cuentas.
-          – Y lo de la puta despedida de soltero. Que ni sueeeeeñe
-          – Pero si ya contratamos a la vieja – Dijo Nash
-          – ¿Y qué? Dejemos así que yo pago y me la como – Y El Che iba sirviendo el ron.
-          – Yo si nunca pagaría por eso, esas cuentas no me cuadran, el motel, la comida, el transporte y la vieja.
-         A mi no me importa.
-          – ¿Y si resulta bien fea?
-          – Pues por lo menos buena si esta.
-          – ¿No te llegaron las fotos? Se las envíe por correo.
-      – Dejemos así y no se preocupen. Porque como dice el tango: el hombre para ser hombre no debe ser batidor.
-          – ¿Entonces? Ni un regalo
-       – Por mí que se meta esas tarjetas por el culo – Y mirando a Juan Gabriel – ¿Deme el número de la vieja? Habíamos quedado para mañana, ¿Cierto?
-          – Si, para mañana.
-     – Pues, se le adelantó el diablo a esta belleza. Muchachos, hablamos. Y si ese pendejo pregunta por la despedida de la que hemos hablado desde el bachillerato, que se olvide.
El revolucionario puso en la mesa el dinero que creía le correspondía de la cuenta, cogió la botella de ron, que ya estaba en la mitad, y se fue. Juan Gabriel espero un momento, termino su primera cerveza y pregunto.
-          – Muchachos, ¿Ustedes están de acuerdo con él?
-         Pues yo sólo sé que es la única forma de que Andrés aprenda. Porque si va a vivir por el resto de la vida con la modelito tiene que abrirnos espacio a nosotros.
-         – De todas maneras podemos decir que la culpa fue del Che y nos ahorramos una plata. Hablando de todo ¿Por qué le diste al Che el número de una casa si todo fue por celular?
-        – Yo creo que las cosas no son así. Cuando cada uno de nosotros encuentre la que lo complete, estarán de más todas las otras cosas.
-    
Lejos ya del bar. Nuestro revolucionario amigo ya había encontrado un lugar más tranquilo. Nunca pensó que el mejor de sus amigos le haría pasar tan mal rato, porque aunque no le gustarán las bodas hubiera dado lo que fuera por acompañar a Andrés en el altar dando ese si definitivo, como lo son casi todos. El celular del Che fue hasta su oído y la voz de ella se escuchó al otro lado de la línea.

-          – Cambio de planes, Princesa. El día de mañana serás sólo mía.
-          – ¿Ernesto?
-          – ¡Natalia!





17 septiembre 2012

Postales


Hace ya mucho tiempo que reposa sobre mi escritorio el retrato en el que mi hija y mi esposa ríen sin hallar alivio. Es esa misma foto la que me recuerda por qué trabajo y no debo renunciar a continuar. Sin embargo, es ahora, cerca de una reunión definitiva con mi jefe, que el consejo que me dio mi abuelo cuando joven tiene más valor que ningún otro, "viva mijo. Que vivir es lo que queda… Los recuerdos son los únicos que lo acompañaran mientras trabaja". Y sí, abuelo, he procurado vivir, he acumulado tantos recuerdos que aún no he comenzado a repetir ninguno, y son en definitiva lo único que me permite superar con estoicismo la presión extenuante y el transcurrir monótono en esta pequeña oficina.
Nunca he salido del país, pero de él ya lo conozco casi todo, incluso aquello que nadie se atreve conocer, he recorrido sus paisajes con la calma y la prudencia que dan los caminos sin pavimento, he sentido la tierra aferrarse a mis botas, los mosquitos colgar de mi barba y la lluvia bendecir mi cansancio.
En un sinnúmero de ocasiones, mirando la copa de algún frondoso árbol, cierro los ojos extrañando las tierras libres, lozanas y vírgenes en las que me he dejado cautivar por el mundo. Y me aferro a esas imágenes, aprieto con fuerza los parpados, y los recuerdos se arremolinan en mi mente. Sólo escuchar vibrar las hojas me hace recordar alguna brisa refrescante; y el trinar de algún pájaro urbano algún remoto paraje. No quisiera abrir los ojos, no quisiera bajar mi cabeza para descubrir la oscura realidad que nos hemos fabricado y de la que ahora soy víctima y cómplice.
-  - ¿Segura que quieres a tu lado un hombre común? – Le pregunte a Daniela, como proponiéndole matrimonio.
-        -  ¿Común? – Dijo con ironía – Ojalá nunca lo seas.
Junto a la alegre fotografía hay otras. No es que mi oficina sea grande sino que hay pocos papeles y mi computador se convirtió en un portátil. De hecho el que los equipos sean más pequeños les ha permitido a las corporaciones hacinarnos. Bueno aunque siempre lo hemos estado. A mi lado, con sólo un tamborileo de mi bolígrafo, en formación tesela, cinco personas: mis compañeros, con quienes comparto el mismo nivel en el organigrama. En un cubículo con división piso techo, en vidrio templado, cuyo único beneficio no es propiamente que su oficina se mantenga bien iluminada: mi jefe.
Gabriel, está frente a mí, un veterano de mil batallas, veinte años en la compañía, paciencia y dedicación, cinco años lo separan de su retiro. Tal vez el único que me da ejemplo y me motiva a continuar. A la izquierda de él, es decir a mi una, Viviana, una joven emprendedora, dinámica y atrevida, con sus firmes piernas conquistará el mundo, su novio está por pedirle matrimonio. A la izquierda de ella, es decir a mis dos, y como podrán darse cuenta estoy dando la vuelta, Jaime, cinco años en la compañía, el tonto con suerte, aquel que haciendo caso de cuanto mensaje de superación personal sale por ahí ha logrado ascender en la vida. Y a mi lado derecho, al izquierdo de Jaime, a las doce de Lina, a las once de Gabriel, Felipe, ingresó conmigo, tres años en la compañía, hemos compartido la misma suerte, su interés sin límite por las mujeres lo ha convertido en un ambicioso, ninguna de las que ha compartido con él la cama ha logrado atraparlo.
Y mi jefe, a mis seis, 15 años en la compañía. Tipo alegre, que no destaca precisamente por su derroche de humildad y cuyo mejor discurso motivacional es: “aquí hay plata para todos, su sueldo puede ser del tamaño de sus intereses, y no se preocupen que nosotros, ponemos todo”.
En los otros cinco pequeños portarretratos se dejan ver unas diminutas fotografías. Todas ellas un recuerdo, podría decirle con orgullo a mi abuelo. La más antigua de todas, una que tomé desde una champa, al Río Tamaná y a las montañas cubiertas de selva que lo rodeaban. Las gotas producto del corte que hacíamos en el agua con el bote, alcanzan a verse. Era sólo el comienzo del viaje. Luego de treinta y seis horas de camino aún nos faltaban otras doce para concluirlo. Las innumerables fuentes de agua, sus colores y matices, los persistentes arboles, las mochilas que cuelgan de ellos y el humilde sentir del pueblo afrocolombiano, dueños de toda la riqueza, son los sentimientos que se mezclan al verla.
Gabriel aspira retirarse pronto, muy a pesar de su edad, pues estaría por debajo de lo establecido por la ley. Sus aportes extraordinarios a la entidad de pensiones y cesantías le permitirán cumplir su propósito. Anunció en una reunión que en cuanto su primer hijo se gradué de la universidad, tiene planeado irse. Tiene dos hijos, el mayor está en once, y la verdad no creo que sea capaz, voluntariamente, de presentar su renuncia.
Una playa extensa y solitaria. La selva que intenta cercarla, una pequeña cabaña a lo lejos y en primer plano, una mujer con unos provocativos cortos blancos y el sostén amarillo de su traje de baño, su piel de nácar soleado diría Neruda y sus pies que sumergidos en la arena esperan la siguiente ola, es lo que hay en otra de las fotografías. De ese viaje al pacífico, las largas conversaciones con quienes desde el interior encontraron un refugio y decidieron quedarse. Bueno, y la aventura con la mujer de los cortos blancos.
Unas cervezas sirvieron esa vez para escuchar de uno de estos ermitaños modernos.
-         - ¿Cómo es que te llamas?
-         -  !Alejandro!
-         -  Escúchame Alejandro. Cuando extenuado llego a mi cabaña y puedo beber del nacimiento que de allí brota – dijo mientras sus manos simularon que recogían agua como de una canilla o pluma y se la llevó a su boca y, tal vez, por los efectos producidos por la inestable luz de las llamas de la fogata, vi que el agua se deslizaba por su cuello hasta el pecho para mojarle la camisa. – Me siento todo un rey.
Y continuó.
- Esos hombres ricos de la ciudad que deciden regalarle a sus hijos un carro, una moto, están en un error. Yo le daría a mis hijos dos hectáreas de selva con una fuente de agua y les diría “es lo mejor que puedo darles”.
Bueno y ya les hable de las piernas de Viviana, yo conocí una mujer con mejores piernas que ella, una patinadora, una mujer libre. No sólo la foto en la que en una quebrada cristalina, y sin nombre del Amazonas, lava el cabello de las pocas niñas indígenas que la dejaron hacerlo, mantiene fresco su recuerdo en mi memoria. Hay un jabón, un shampoo, no sé, en ciertas mañanas en las que estoy cerca de una mujer que utilizó ese mismo ingrediente para ducharse, el aroma me transporta a la cama que compartimos en la selva mientras el tiempo se ralentizaba. Ella era para mí lo que yo soy para Daniela, un aventurero.
Era en medio de todos esos sentimientos encontrados cuando apareció en mi vida Daniela, ella y yo concertamos la decisión que hoy, irrevocablemente, transmitiré a mi jefe. Creemos, que este es el momento justo para asumir nuevas responsabilidades, arriesgarse, obtener de la vida eso que anhelo. Y yo estuve de acuerdo. Lo curioso de todo es que al inicio ella se enamoró de mí por ser diferente, por tener siempre la misma camisa, por dejarme crecer la barba, por parecer un perdido. Fue sólo después, al graduarme de la universidad, que tuve el valor de preguntarle si quería compartir su vida con un hombre cotidiano y así fue. Ahora, por más que lo intento, las vacaciones no bastan, siempre presente, la sombra amarga del regreso. Y el tiempo que no da espera.
Desde un caballo tomé la siguiente foto. Recorríamos la parte baja del Nevado del Ruiz, el nublado bosque fue abriendo lentamente paso al sol que iluminó el cañón para exhibir con beneplácito las esbeltas palmas de cera que de pie retan todas las teorías. Fue justo en ese instante en el que mi cámara capturó el verde, que oscuro por la humedad se revelaba fértil. Y ni mejor decirles lo que opinó Jaime de ella.
Y por último la foto que causa la envidia de Felipe. Cargando un mojito en la mano, de esos gigantescos y coloridos que sólo en Andrés Carne de Res saben hacer, estoy yo, abrazando a Daniela unos días antes de casarme con ella. Esta hermosa, su falda desafía el umbral de lo posible, yo tengo la barba que la libertad me permitía tener y detrás de nosotros el diablo y a nuestro lado unos angelitos, sus arcos y sus flechas.
- Con todo respeto Alejandro – dice Felipe mientras traga saliva – Esa Daniela… esa Daniela.
Yo no digo nada, pero me quedo pensando en esa noche y me digo a mi mismo… Esa Daniela.
Sólo unos pasos me separan de mi jefe. Quisiera tener la certeza de que aún hay lugares en este mundo que nos recuerdan lo que somos. Y que aún es posible para mí hallar el río del que brota el agua que da la inmortalidad.
       - Jefe… ¿Puedo entrar?
            - Sí, Alejandro. Precisamente…
Pienso en que ya no importa.
- Toma asiento – Me dice él, y con la mano me indica cual silla tomar. Como si yo no supiera.
Pienso en que ya tuve todas las oportunidades. Las suficientes como para no comenzar a repetir recuerdos.
       - ¿De qué quieres hablarme?
Mi hija crece rápidamente y serán para ella el agua y la tierra.
- Jefe… Quiero aceptar el ascenso.

09 julio 2012

Empezar de nuevo


En la caja número doce, del supermercado al que John acostumbra ir, la cajera toma con habilidad de autómata los productos que la banda transportadora le acerca. Y por todos lados se hace presente  el color corporativo que diferencia a esta gran superficie de todas las otras.
Hoy fue día de pago, la quincena como dicen casi todos. Y John, como casi todos, realiza la compra de sus provisiones ese mismo día. Compra sólo lo necesario para evitar flaquear los quince días siguientes. Pone en el carro las provisiones para el desayuno y uno que otro antojo para la comida. Siempre almuerza por fuera.
Este es el tercer mercado que realiza sólo. Hace dos meses que los problemas con su esposa se volvieron irreconciliables. Siempre acostumbraban mercar juntos, las  manías de él y los caprichos de ella, todos eran satisfechos. La mayoría de las veces debían utilizar más de un carro.
Son tres las personas que lo separan de llegar a la caja, cada una de ellas con los artículos a través de los cuales John se toma el tiempo para intentar definirlos. Uno de los juegos que acostumbraba con su esposa mientras mercaban. Era así como lograban detectar entre la multitud a los solteros, a las solteras, a los extranjeros y a las lesbianas. Un día acató ella a decir.
-          -Mira. Un chef
Y señalo con su rostro a un hombre robusto que lo único que tenía en su canasto, eran productos de aseo personal.
-          -¿Y cómo sabes?
-          -Casa de herrero azadón de palo. Imagino que no prepara nada en casa.
En esa ocasión pudo haber sido una disertación interesante discutir con ella por que si y por que no pero él evito, aquella vez, contradecirla. Le pareció probable.
Ahora, estando en la fila intenta jugar sólo.
Bueno. El reto hoy no esta tan complicado, veamos: Primero, señora de 65 años, sola, viuda mejor, por la cantidad de artículos que se repiten no es un mercado habitual, va a prepararse para recibir invitados, muy seguramente su familia. Segundo, deportista, 28 años, aún vive con la mamá, lleva en su carro una crema antiarrugas y una base, cosas que sólo se le ocurren a las mamás, mucha malteada, mucha vitamina, mucho carbohidrato, se aproximan las competencias. Y por último una estudiante universitaria, solo lo necesario y de lo necesario solo de a cuartos, se sabe que no es de aquí, no por lo que lleva en el carro sino por lo que tiene puesto.
John se fue de su casa, la que compartía con su esposa, una noche después de la quincena. Esa noche, como es obvio, la nevera gozaba su abundancia y John creía que aun había esperanzas. Pero como con una esposa, irreconciliables son las esperanzas. Bastó con las pocas gotas de orín que John dejó caer fuera del sanitario para que ella explotara en un ataque de rabia. Sin embargo, debo añadir que el tubo de la crema dental fue presionado por la mitad y no de abajo hacia arriba, y que la boquilla de la caja de leche mostraba signos claros de que él había bebido de ella mientras comía sus galletas.
Fue suficiente para John escuchar la voz de ella,  que en la misma nota aguda no encontró descanso por más de tres horas, todos los reproches que de esa discusión salieron deshicieron todo posible porvenir. Con todo el dolor y buscando alivio de la voz, para la que su oído ya no tenía filtro, John cerró tras de sí la puerta y se fue.
De casados no tenían más de cuatro meses, pero ya habían vivido juntos más de seis, el matrimonio llego cuando ella se decidió y el consiguió trabajo. Cuando se vive con alguien y no hay de por medio un compromiso, cualquier discusión es una escusa para irse o, por lo general, el preludio de una nueva e incontenible pasión. Y ningún reproche, entonces, parece ser cierto.
Absorto por las portadas de las revistas, que se dejaban ver mejor estando ya cerca de la caja, no acató a percibir quien se le acercaba por la espalda. Un carro con cosas de mujer se estacionó a su lado mientras una voz le recriminaba.
-       -Cuando fuiste por tus cosas olvidaste algunas cosas en el cuarto útil – Sólo un jean, camiseta blanca, bolso grande y baletas.
-          -Creí que podías colaborarme mientras encuentro un lugar mejor.
-          -No te preocupes. No puedes perder la costumbre – y su boca se retorció en un gesto de fastidio.
-          -¿De mercar el día de pago o de ser un conchudo?
-          -Si lo pones así…
-          -No ¿Y tú?
-          -Tampoco
De los labios de ambos salió un rumor vago, que pareció pero no fue una sonrisa.
-         -Pero la verdad es que estoy cansado – John hizo una pausa y repitió - Estoy cansado de hacer un mercado del que sólo me gasto el desodorante y las maquinas de afeitar.
-          -No eres el único.
Y sus carros medio vacios, medio llenos, esperaban una solución.
-          -¿A que le tienes miedo? – pregunto ella.
-          -A pasar al lado de una guadañadora – respondió él – ¿Las has visto? Son impredecibles…
-          -No juegues.
-          -A que este encuentro no haya sido una casualidad.
-          -Antes no me tenías miedo.
-          -Ahora sí.
Al lado de ella descansaba la caja de leche de la que él no podía beber, la crema dental que no debía exprimir con toda la mano y el papel higiénico que ella esperó, por diez meses, que él utilizará para limpiar la tasa del sanitario.
Del lado de él las chucherías que por su régimen ella odiaba, el fastidioso olor juvenil del desodorante que a ella aterraba y las maquinas de afeitar que ampliaban la brecha generacional que los distanciaba.
-          Pasa pronto por tus cajas – Dijo mientras daba la vuelta a su carro para irse.
-         -No te preocupes. De esta semana no pasa.
La banda transportadora llevaba hasta la cajera los productos que en ella John depositaba.
-          -Buenas noches señor. ¿Tarjeta de Puntos?
-        -No… Pero va a tocar empezar a hacer los míos – Le respondió a la niña de la caja mientras la miraba.

13 junio 2012

De las prepagos y otras tarjetas


Es primera vez que lo hace, lo percibo en cada uno de sus movimientos. Lo sentí, incluso, en su voz cuando llamó. Pero no sospeché nada, por lo general casi todos llaman nerviosos, llaman mientras aún no han salido de casa, estando en compañía de sus esposas, de sus novias o con sus hijos.
Mi celular sonó mientras aún estaba con un cliente, por lo que yo también debí sentirme nerviosa. No pude coquetearle como acostumbro hacer con quien me llama.
-         ¿Eres tú la rubia de las fotos? – Preguntó
Yo pude haberle dicho que sí, que si se lo proponía todo eso sería suyo, que no se le ocurriera dejarme excitada. Pero no, alcance sólo a decirle.
-          Te llamo luego
Cada llamada es una oportunidad y no puedo dejar pasar las oportunidades.
-         No. Yo te llamo luego – Respondió con su temblorosa voz y colgó.
Nunca creí que este llegaría a ser mi trabajo. La verdad es que fui estudiante de escapulario y uniforme hasta la rodilla. Ahora, soy mujer de tarjetas y puedo ser toda una lolita. Aunque dentro de las posibilidades: enfermera, caperucita, policía y hasta, por alguna extraña razón, comunista.
Es en este momento que repaso mi vida, con el tipo nervioso que me abrió la puerta, que me doy cuenta que ni a mis veinte lo pensaba. Sí, era obvio que la pasaba muy bien con los dos novios que tuve antes de empezar con este trabajo, pero nunca lo pensé. Las mejores cosas ocurren cuando ni te las esperas y de eso, en mi trabajo, abundan los ejemplos.
-          Espero que no te molesten las preguntas –Y me hizo pasar hasta su cama.
-          Pues ya me pagaste. Si lo que quieres es conversar… Adelante
Ya había visto mi escote, y de mi escote había ido a mi estrecha cintura, y de ahí a mis piernas. Y si el muy desgraciado quiere hablar, estoy segura de que se arrepiente. Un caso típico, otro escritor en busca de historias. La habitación está llena de papeles, algunos libros y un portátil. No había tomado nada de la canasta de snacks.
-          ¿Qué fue lo que pasó cuando comenzaste? – Me preguntó mientras humedecía su boca.
-          La verdad es que como casi todas… Una amiga.
-          ¿Y?
-         Hubo una época en la universidad en la que no podía hacer todo lo que quería y no podía tener todo lo que me merecía. Mi segundo novio era un recuerdo y los hombres no paraban de invitarme a salir. La belleza clara de ese tiempo se convirtió en esta hermosura fatal de ahora.
-         ¿Y cómo fue esa primera vez? – Con cada una de las preguntas yo veía que su respiración se agitaba, justo como cuando mis clientes comienzan a desnudarme.
-          No hablemos de eso.
-         Recuerda que te pagué –  Sí, justo como cualquier cliente.
-      Fue muy difícil – Dije mientras me quitaba las botas. Si esto va para largo es mejor estar cómoda, y continué.
-          Una de mis amigas, de esas que crees que no pero sí, me pidió un día  que la acompañara, que iba a salir con unos amigos y la acompañé.
-         ¿Se portaron como caballeros? – Preguntó él con cierta ironía.
-          Pues sí, la verdad es que casi todos lo son.
Desde la ventana del apartamento que había alquilado, podía ver los ventanales en los pisos altos de los edificios de la zona más exclusiva de la ciudad y aunque no era la primera vez que estaba en este hotel, hoy, ya habían pasado 20 minutos y aún no estaba desnuda. Este sabelotodo no se va a aguantar.
De la cartera saqué el labial, sin pudor me lo apliqué en los labios. Primero el labio inferior luego el superior y para distribuir el color uniformemente el acostumbrado beso a la nada, no sólo una vez, tres, cuatro y con este tipo hasta cinco. Me solté el cabello, acomode las almohadas para recostarme y que pregunte lo que quiera.
-          ¿Quieres tomar algo? – Dijo mientras acomodaba la silla del escritorio frente a la cama.
-         No.
-          ¿Y fue difícil la primera vez?
-        La verdad es que no. Ese día, a ese papacito, se lo hubiera dado gratis. Siempre es una incertidumbre no saber quién llama. Como puede ser alguien como tú, puede ser cualquier cosa. Ese es el trabajo. – Y qué no se aguanta
-          ¿Y si el tipo es desagradable…?
-         No, la verdad, es que aquellos a quienes tú tildas de desagradables son, por lo general, los más amables. Compensan por mucho cualquier defecto.
La tarjeta que permitía abrir la puerta de la habitación descansaba sobre la mesa de noche, al lado de la cama. En ella la acostumbrada lámpara, el radio-reloj y dos desgastados libros, sobre sus lomos los títulos: “De las prepago y otras tarjetas” y “La proxeneta de la mafia”, un libro del que sé algo por una amiga señalada. Él me interrumpió antes de que los tomara.
-          ¿Cuánto tiempo hace de eso?
-          ¿De qué?
-          De tu primera vez.
-         Dos años.
-          Y, ahora, ¿Qué piensas?
Otra pregunta con la que no se va a reprimir. Y ya me cansó. Me niego a perder el peeling y la depilada.          
-     Mira, sé que estas buscando mi arrepentimiento, que me sienta culpable. Pero olvídalo. No, en ningún momento. Esto es lo que hago y cada vez que lo hago lo disfruto. – Veo como el fuego crece en sus ojos y continuó – Al igual que una persona puede perder su tiempo frente al computador, yo me entrego a un hombre respetuoso sin pudor. ¿Intentarás redimirte expiándome de culpas?
-          La verdad es que estoy buscando una historia – Dijo y por primera vez me miró a los ojos.
-          Qué clase de historia. ¿Eres periodista? Recuerda que puedo ser tan discreta como tú lo seas.
-          Es una fuerte amenaza.
-          Si, es buena, suelo utilizarla. Tú y yo seremos los únicos que sabremos qué fue lo que paso aquí. Y por más casto que seas puedo decir que te portaste como ninguno.
-          Sin embargo, no soy periodista, soy escritor. – Si, efectivamente, otro escritor.
-          De ustedes… pocos.
-     Pero si te gusta lo que haces, no podré escribir nada sobre ti. La literatura está plagada de personas insatisfechas y desafortunadas.
-         Pues si quieres me invento alguna historia. Pero la verdad es esa. El carro en el que vine, las tetas que no has querido ver y el culo en el que me siento, los pague trabajando en esto – Lo dije con rabia, porque la verdad estoy perdiendo mi valioso tiempo – Incluso hasta aprendí a hablar inglés. Y para que te lo niego, todos los clientes son justo como tú, unos caballeros
-          ¿Y no deseas más?
-       La verdad es que no, ya tengo suficiente. Acaso no me vez, sólo necesito un apartamento nuevo. Por el momento, trabajo para la rumba que sigue, para mantener el estatus y por un mejor carro.
Empezaba a hacer calor y si prende el aire acondicionado voy a ser yo la que no me aguante, por alguna razón el frio me excita.
-           ¿Y un novio?
-         Para qué uno. Si ya lo intenté con todos – Y prendí el aire – No creo que haya novia más complaciente que yo. Todas las fantasías son posibles conmigo, todas… Es como todo, los hombres quieren tener a la modelo pero muchos de ellos no soportarían ni las fotos ni el trabajo que hay de por medio. ¿Cómo es que dicen? Quieren la leche sin ordeñar la vaca.
-          O el jugo sin exprimir los limones
-          Como sea…
-          ¿Y cuál es tu verdadero nombre?
-          Eso en realidad no importa. ¿Qué quita o que pone, que el verdadero nombre de Pablo Neruda fuera Neftalí o que Marilyn Monroe se llamara Norma? – Y como respuesta a la pregunta sólo obtuve su cara de sorpresa. Así que continué.
-          Qué ¿Sorprendido? El problema de todos ustedes, los escritores jóvenes, es que están llenos de prejuicios y creen saberlo todo.
-          ¿Y que sabes tú de escritores? – Dijo para evitar seguir apenado.
-          Pues, por lo menos conozco muchos más que tú. Y de eso no cabe duda.
Sintiendo tal vez que no tenía oportunidad, luego de un incomodo silencio, cambió de tema preguntando.
-          ¿Y el retiro?
-          ¡Estás loco!
-          ¿Qué tiene de raro? Quienes trabajan piensan en su retiro.
-          Pues yo todavía no pienso en eso. Quienes piensan en su retiro son aquellos de los que hablamos. Aquellos que se entregan a la monotonía. Si es algo que te apasiona que necesidad tienes de pensar en el retiro. ¿Tú piensas en el tuyo? – Y en su rostro se dibujo la sorpresa.
-           No. Yo no tengo en mente el mío.
-          Entonces disfrútalo…
 –Ya va a caer la noche. Y me pregunto si de verdad este tipo me llamó para conversar.
-          Oye... Al igual que ellos, me pagaste para que te cumpliera un deseo. ¿Acaso no lo estoy haciendo? – La pausa fue sólo lo justo – Y es que eso es lo que hago: cumplo deseos.
Y sus ojos se incendiaron. Disimuló levantándose. Tomó la carta del hotel y desde lejos la arrojó hacia mí. Sí, justo como todos los clientes. Como quien dice, indiferente, “pida lo que quiera, no me importa.”
El frio ya comenzaba a endurecer mis tetas mientras veía la carta. Hace más de tres días en los que sólo desayuno y hoy no me vendría mal probar algo.
-          Quiero una hamburguesa, papitas y un jugo de fresa. – Y que esto se termine o él se decida.
Se levantó, ordenó para él, ordenó para mí. Y pude ver que ya no estaba nervioso. Firme, su mano, colgaba el teléfono. Se quitó la correa para ponerse cómodo, estaba descalzo desde que entré. Yo recordé que el frio ya me tenía excitada y sin esconder las intenciones:
-          No puedes escribir sobre algo que no conoces.
Decidido, miró mi escote, mis pies descalzos y sí, justo como cualquier cliente.
-          ¿Y para qué crees que estás aquí?