02 diciembre 2017

Construir paz en las Lejanías



De los 1.122 municipios de Colombia, el gobierno nacional ha priorizado 170 para la construcción de la paz.

Estos municipios seleccionados representan esa Colombia ajena al Estado Social de Derecho, ignorada por el progreso y víctima de grupos armados y economías ilegales.

El desafío de construir paz en estos territorios a través de los mecanismos tradicionales del Estado, más que un proyecto improbable, es una utopía.

11.000 son el número de veredas que integran estos 170 municipios seleccionados. Cada una de ellas provista de sus propios líderes, cabildos, consejos comunitarios y Juntas de Acción Comunal que están para representar las necesidades e intereses propios de sus comunidades: vías de acceso, comunicación, sustitución de cultivos, minería ilegal, BACRIM, educación, salud, actividades productivas, formalización de tierras, reconciliación, desminado, reparación a víctimas y reincorporación. Asuntos que, con miras a ser atendidos, llevaron al gobierno nacional a crear a su vez agencias y programas —ART, ADR, ANT, ARN, PNIS— que tienen tras de sí su propio jefe, sus propios objetivos, su propio presupuesto, su propio cronograma. 

Para entender lo complejo del asunto, es preciso saber que en una vereda, cualquier vereda de Colombia, digamos que en la vereda Lejanías, viven 30 familias de las cuales 15 cultivan coca y 15 prefieren subsistir con lo mínimo que provee los cultivos habituales antes de entrar a un negocio donde, pese a lo rentable, se corre el riesgo de tener un malentendido con los compradores o la ley. Sin embargo —la voz ha corrido rápido— el gobierno entregará $32 millones a quienes tienen cultivos ilícitos para que los sustituyan en un periodo de dos años. Hoy, frente a esa expectativa, ya no son 15 familias sino 23 las que cultivan coca en la vereda.

El ejercito solo pasa una vez al mes por Lejanías, a pesar de algunas denuncias sobre presencia de hombres que desconocidos y armados imponen nuevas reglas: toda la pasta de esta zona es para nosotros, el precio de venta en esta zona lo ponemos nosotros, si siguen promoviendo la sustitución los matamos.

Entonces, esa vereda de 30 familias —donde ya 25 cultivan coca, donde los niños deben caminar 4 horas ida y regreso a la escuela, donde el mal estado de las vías impide la rentabilidad de las actividades agrícolas, donde nuevos hombres armados llegan por zonas otrora del paramilitarismo, donde no hay señal de celular para hacer denuncias oportunas, y en la que las cinco únicas familias que no cultivan coca no son prioridad para ninguna institución— debe enviar un representante a la cabecera municipal para intentar hacer contacto con delegados de todas las agencias creadas para el postconflicto, funcionarios que a su vez deben reportar a su coordinador regional para que comuniquen a sus jefes en Bogotá que es preciso sumar a los problemas de las 11.000 veredas esta última novedad.

Los recursos, “como no podría ser de otra forma”, están centralizados, se pierden por corrupción, lo que se logra contratar para las regiones viene desde Bogotá con altos costos, no tiene en cuenta las capacidades y motivaciones de las comunidades para transformar su entorno. La interventoría también está en Bogotá y hacen una sola visita al mes para mirar los retrasos y construir un informe que pone en evidencia problemas frente a los cuales, y sin ningún tipo de remordimiento, el contratista puede aducir que en el municipio se acabó el material o que el material viene desde la ciudad capital o que el desembolso del gobierno no ha ingresado o que la mano de obra en la región es mala.

El reto de construir paz en la Otra Colombia es posible si por cada municipio existe una comisión técnica que trabaje de manera articulada con la alcaldía, sin intermediarios, sin burocracia, sin procesos de contratación exhaustivos e inútiles. Una comisión que realice estudios y diseños de vías, puentes, comunicaciones, suelos, condiciones de seguridad, salud, educación, entre otras necesidades y sueños que han sido expresados por las comunidades. Se debe establecer un inventario con costos específicos y racionales para modernizar cada vereda priorizada. Es decir, cuánto cuesta resolver las necesidades y aportar a los sueños de cada una de ellas.

Pero también se debe resolver dónde estará sentado el ordenador del gasto y cual será el mecanismo de contratación. En la urgencia de la paz no podemos insistir en el centralismo de los recursos y decisiones. No podemos continuar depositando las esperanzas del país en funcionarios que además de no conocer las regiones son los encargados de autorizar los recursos que necesita cada vereda y, con base a ello, establecer los mecanismo de contratación.

En Colombia la descentralización es clave para invertir y modernizar las 11.000 veredas. Para hacer viable este reto —que se antoja imposible— es preciso promover la viabilidad institucional de las veredas cuyo abandono las hicieron presa de la violencia y la economía ilegal. 

Invertir en las veredas, fortalecer la vida comunitaria e impulsar el desarrollo de las familias rurales es apostar a la reconciliación y No Repetición.




JUAN CAMILO SALAZAR MARTÍNEZ 







03 julio 2017

Al lado correcto







Tuve la oportunidad de trabajar en una de las 26 zonas veredales donde están las FARC, me encontré con decenas de hijos de familias campesinas que habitaban tierras olvidadas en humildes casas ancladas en los infinitos pliegues de estas cordilleras. 

Los testimonios de los guerrilleros son una verdad necesaria para acercarnos a la realidad de este país, para entender las limitaciones y errores propios de una nación joven en un complejo territorio: extenso, diverso, rico, accidentado, pluricultural. Entonces, la mirada centralista del Estado no alcanzó a reconocer a quienes hijos también de estas tierras nacían con derechos. 

En conversaciones espontáneas con guerrilleros, ellos demuestran tener justas razones para creer que están del lado correcto, con raíces de familias endémicas que han sido condenadas a estar al margen del bienestar de esta nación, sin la atención y la preocupación de nadie, parecen tener la certeza de la presencia de otros, extraños en su mundo, que de manera intencional los han sumido en la pobreza, que habían enviado su ejercito y luego a los paramilitares para mezclarse en lugares, comunes para ellos, recónditos para los del centro, para imponerse por medio de la fuerza; los terratenientes abusaban, las multinacionales cercaban y desplazaban y los soldados maltrataban.


Pero ellos, obstinados, se niegan a reconocer que en las ciudades también se tienen razones suficientes para considerarlos enemigos y extraños en esta tierra, "repúblicas independientes", que desconocen la constitución y las instituciones que si saben lo que necesita el país.

Así es que en mi esfuerzo de otredad con el guerrillero, de entender su principio de realidad, me queda claro que también ellos han construido una autoridad moral para tomar las armas y ejercer la violencia. Y entiendo que la polarización radica principalmente en esa moralidad que busca definir quien es bueno y malo, de tener que crear un enemigo para justificar los males y las penas cotidianas 

Por mi parte, prefiero concluir que esta guerra es una tragedia, que como tal fue necesaria o inevitable, en la que no hay buenos y malos, ganadores y perdedores, por el contrario todos debemos cargar con las masacres, los desaparecidos, los desplazados, los genocidios, con la memoria del horror que se cernió sobre el campo y las ciudades, como se cargan y se asumen las victimas de un desastre que nadie y todos provocamos

Es una excelente noticia que los guerrilleros hayan dejado las armas, lo que quiere decir que estamos resolviendo este horrible mal entendido






Juan Camilo Salazar Martínez

20 marzo 2017

Para un país corrupto la paz está lejos




La paz es más que terminar un conflicto armado. La paz en su acepción más básica es el establecimiento de una “relación de armonía entre las personas”. Dicha armonía implica reconocer la responsabilidad individual sobre las consecuencias de nuestras decisiones y el deber de encaminar nuestra conducta individual hacia el bienestar del otro. Tener consciencia de esta responsabilidad y de este deber es indispensable para políticos y líderes, pues son quienes toman las decisiones más importantes del país. Esa consciencia se construye a partir de tres nociones:
1) La noción de la interdependencia que caracteriza a los individuos de una sociedad, que permite potenciar nuestra elección como animal social. Amartya Sen señala:
No encuentro dificultades especiales para creer que los pájaros, las abejas, los perros y los gatos revelan sus preferencias mediante sus elecciones; en el caso de los seres humanos es cuando tal proposición no me parece especialmente convincente. Un acto de elección de este animal social es, en un sentido fundamental, siempre un acto social. Puede que sea mínima o confusamente consciente de los enormes problemas de interdependencia que caracterizan a la sociedad… Pero su conducta es algo más que la mera traducción de sus preferencias personales.”
2) Obrar de tal modo que la conducta pueda convertirse en regla de conducta universal, en un ejemplo para su comunidad y otros líderes. 
3) La disposición para obrar de acuerdo a los valores construidos en sociedad no garantiza felicidad, es posible incluso que haga más difícil el porvenir. Kant comprueba que hay bribones, tramposos o, más coloquialmente, avispados que son más felices que mucha gente honrada.
En nuestro mundo la felicidad y la virtud no marchan juntas, no porque sean incompatibles (Kant no es pesimista hasta este punto), sino porque nada garantiza su conjunción, su proporción, su armonía, nada asegura que el hombre virtuoso alcance la felicidad […] Dicho esto, debemos ocuparnos menos de lo que nos puede hacer felices por lo que nos hace dignos de serlo. Es el principio de la moral: Actúa de tal suerte que seas digno de ser feliz.
Pero si queremos una expresión más simple y clara de las tres nociones anteriores   podemos mirar la moral cristiana y su regla de oro: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.” (Mt 7:12). Pero también se encuentran poderosos aforismos en la religión hindú, budista, musulmana y en las tradiciones judías, tal y como este: El que ama a los demás será amado a su vez; el que hace prosperar a los demás prosperará a su vez” (Mô-tseu).
Lo anterior para decir que este es el marco moral al que aspira toda sociedad; la moral, más que la norma, sustenta la armonía entre las personas. En Colombia, uno de los países más felices del mundo, es más sencillo hablar sobre un marco inmoral que todos comparten y en el que todos se mueven sin ninguna restricción legal o cultural, y que en la práctica se identifica  en la corrupción y las economías ilegales. En gran medida, esto puede explicar la felicidad de este país, que no es propia de quien actúa de acuerdo a un conjunto de valores y principios morales (pues seríamos el país más digno del mundo) sino, por el contrario, de quien sin importar las consecuencias de sus actos sobre los otros está dispuesto a todo por alcanzar el máximo beneficio personal, está dispuesto a robarse el dinero de la alimentación de los niños más pobres y a cambio ofrecerles comida con gusanos, a robarse el dinero de la salud y dejar morir a la gente en las salas de espera, a ser cómplice de la contaminación y explotación de los ríos que dan sustento a las comunidades ribereñas, a dar grandes subsidios a las familias más ricas del país para que sigan explotando al campesino que es quien trabaja realmente la tierra, a robarse las regalías de un departamento pobre como el de La Guajira, acosar sexualmente a sus subalternos y aceptar un cargo para el cual no se tiene el perfil.
El reto es reconocer y fortalecer nuevos liderazgos sin caer en prácticas clientelistas, permitiendo el surgimiento de una nueva fuerza política digna para el ejercicio del poder, una fuerza política digna que gobierne con transparencia, con participación ciudadana y compromiso por el interés general. El primer paso para la paz es construir un movimiento en el que se pueda ser digno por el hecho de representar los valores con los que se construye una sociedad justa y en paz.
Será imposible cambiar un país con aquellas personas que tienen por certeza que la corrupción es inherente a la condición humana, una noción que hoy riñe con los hallazgos científicos que afirman que “en la historia de la evolución ha imperado más la colaboración entre las especies que la competencia despiadada entre ellas”.
Ser un líder honesto en Colombia es la más exigente tarea; marginado por las redes corruptas de poder, con recursos justos para hacer campaña, expuesto a amenazas de quienes han hecho arreglos con grupos responsables de las economías ilegales, el líder mantiene la voluntad intacta de construir un mejor país  El reto está en rodear estos líderes, en formar otros nuevos desde la juventud y establecer una red honesta entre el centro y la periferia del país.
Para un país corrupto la paz solo será posible cuando logremos remplazar todos los falsos líderes por líderes que no tienen precio y que buscan hacer digna la forma de vivir de hombres y mujeres libres. ¡Nos llegó la hora de preocuparnos por los líderes que se preocupan por todos!




Juan Camilo Salazar Martínez