03 agosto 2013

Con las esperanzas puestas

Con las mismas ansias primitivas e incontenibles con las que un momento antes había raspado la olla de los frijoles, el ebrio muchacho, del que evitaremos escribir su nombre, tomó el celular para llamar a su novia. Las esperanzas estaban puestas en que ella no sería capaz de dejarlo con las ganas y en que los escasos minutos de la tarjeta serían suficientes.
Cerró la puerta de la habitación sin cepillarse los dientes, arrojó el buso en la piecera de la cama, y dejó a un lado los tenis y las medias. Buscó a su novia en las llamadas recientes, se recostó en las almohadas, se cubrió con la cobija llevándola hasta su pecho y su mano desocupada fue a dar a su pantalón. Todos estos movimientos, que sin mucha certeza terminaron cansándolo, lo sumergieron en una laguna que le hizo descuidar la presencia de su hermano menor.
Sebastián, el hermano menor, escuchó el repulsivo eructo de su hermano al otro lado de la habitación, y fingió seguir dormido mientras volteaba su cuerpo  para quedar de cara a la pared.
En la pared, un cuadro de payasos que se quedó con ellos desde su infancia; detrás de la puerta un afiche de Natalia Paris, y las calcomanías de cuanta ropa de marca han comprado. Una biblioteca con lo necesario, una enciclopedia, unas revistas, los libros de la universidad de su hermano, los textos escolares de él. Y sobre el escritorio y el computador un entrepaño flotante en el que descansa la colección de muñecas manga.
Con sus piernas delgadas proyectándose hasta donde las faldas lo permiten, faldas que dependiendo de la posición y las circunstancias permiten ver mucho más de lo que le tienen prohibido. Con sus culos perfectos y la cintura que se estrecha para crear el efecto de que sus protuberantes pechos se van a reventar. Cuellos largos, rostros claros en los que sus ojos grandes e intensos parecen decir mucho más, pero que en realidad no dicen nada. Si, justo así son las compañeras de la universidad de su hermano, justo así, como unas muñecas.
Era por una de esas amigas, que su hermano no pudo tener  la noche que deseaba. Celosa su novia de las intenciones que sin recato demostraba la amiga decidió despedirse y él se limitó a acompañarla. En la puerta de la casa de ella le dio el beso que había planeado le daría una y otra vez, en privado, hasta que se agotará la noche. Se despidió, entonces de su novia, decidido a no pedirle muchas explicaciones. Él ya sabía lo que pasaba.
Sebastián se había acostado un instante previo a que llegará su compañero de cuarto. Sus dedos aun calientes por las continuas y extenuantes luchas que momentos antes lo habían llevado de conquistar las tierras barbarás a enfrentarse con los nazis en una operación de incursión aérea no le permitían dormir y pensaba en que siempre tendría una misión por concluir, siempre una misión por concluir.
La voz de su hermano irrumpió en el silencio. Escuchó las palabras que intermitentes le revelaron su condición. Otra vez borracho, pensó. Seguro no me va a dejar dormir ¿Y ahora? Con quien está hablando este güevón. ¿Linda? ¿De que está hablando? A buena hora le dio por resolver diferencias. El próximo Toy Story debería tener unas muñequitas de esas y una Tom Raider. Qué más da.
El sueño se le escaba pensando en la misión inconclusa que su paracaidista aliado dejó sin terminar, en una plaza agujereada por los bombardeos, y rodeada de un sinfín de ventanas, un francotirador nazi no lo dejaba pasar. Ya iban dos muertes y aún no tenía claro cómo matarlo.
Las palabras masculladas a la joven cómplice llegaban al otro lado de la habitación como un susurro, un suspiro agónico, quebradas por las ansias y el desconcierto. El menor de los hermanos molesto por el sibilante ruido no entendía.
Solo, el hermano mayor, luego de llevar a su novia y arrepentido por lo que no pudo ser, se tomó los tragos que lo emborracharon. Ya todo estaba previsto, el lugar estaba reservado, y el había comprado lo propio en la farmacia. Todo para que su amiga más hentai que manga se lo tirara. Por que si, una prepago es más hentai que manga. Y él no está dispuesto a pagarle porque, para él, las ganas no tienen por que terminarse cuando lo diga la plata.
Ahora vera. Pensaba Sebastián. ¿Qué le dieron a este loco? Buena la hora para hablar de sorbetes y helados. A esta hora. No, y más loca está la que le contesta. Eso seguro que es una de sus muñecas, porque este güevón las llama a todas menos a la novia.
Las frases que a través del celular llegaban a los oídos del joven le provocaban los escalofríos que se sienten en el cuello cuando los labios de alguna provocadora mujer están cerca. Y sentía que no era su mano, era la de ella. Mientras los minutos se agotaban, se entreveraba y el sueño y la embriaguez y la furia obstinada. Y el ya casi y el todavía no.
Tal vez si logro subir a la torre del reloj lo logre, desde allí puedo buscar al maldito nazi para matarlo. Tal vez necesite un rifle de mayor calibre y necesito más tiempo, pero no tengo, el también me acecha y mi mamá no dejará de acosarme por la tarea de mañana. Cuando se le acabará el tema a éste. Parece que ya, cuelgue pues ese teléfono. Me va a tocar callarlo. Acabe o se lo acaban. Sebastián no terminaba, no lograba concretar su plan.
La llamada de José se interrumpió antes de que acabara, todas las mujeres posibles se arremolinaron en su mente incluyendo las hentai. Confundido por la realidad: salió de él una exhalación, un gemido sordo, una suplica, y la furia en su voz que retumbó en la habitación.

-          - Malditas Prepagos.

04 abril 2013

El lujo: Una travesia


No es de extrañar que hasta hace poco el lujo haya sido relacionado con las más reprobables conductas del ser humano. Al estar por fuera de la norma, de lo que se considera estrictamente necesario, lo suntuoso ha cargado con el estigma de ser el incentivo utilizado por el deseo y sus aún más réprobas mutaciones: la avaricia y la lujuria, para mover a las personas a hacer algo que, en más de una oportunidad, parece distanciarse de lo permitido. En la actualidad, algunas de las formas del lujo se han abierto paso entre sus detractores para ser el motor de nuevas prácticas de consumo, algo alejadas de ese egoísmo por el que era señalado, y ha puesto a consideración de disciplinas como la biología y la sociología nuevas formas de comprender la naturaleza.

15 enero 2013

Filosas angustias



-           Está encendida. Sé que aún están grabando… ¿Me escuchan?... Este reality de mierda se acabó.
El rostro está demasiado cerca de la cámara. Apenas si podemos saber quién es, sospechamos su identidad por la barba. Una barba en la que la sangre, ya seca, es evidencia de lo ocurrido. Va un poco hacia atrás. Todos los de la producción, nos movemos incómodos en nuestros puestos mientras vemos la misma imagen.
Es la mañana de no cualquier domingo. La cámara móvil número quince transmite en vivo, sólo para nuestros ojos. Aun no sabemos realmente qué pasó. Esperamos, sin embargo, que el hombre que habla nos dé una explicación.
-        – Sólo falta matar al atleta y al vagabundo. El atleta porqué ha sido difícil de alcanzar y el vagabundo porque no provoca saludarlo si quiera.
Los comandos remotos de la cámara también fueron deshabilitados, es por eso que no hemos podido alejarnos aún de su rostro. En la pantalla, sólo la mejilla que se mueve mientras habla y el rastro molesto de sangre entre su barba.
Casi todos los de la producción estamos en el malecón que se encuentra a 40 minutos en lancha de la isla y en el que acostumbramos pasar la noche. Si digo ‘casi todos’ es porque en la isla se quedaron un camarógrafo, un sonidista y la presentadora para hacer algunas entrevistas durante la noche.
Al comienzo eran dieciséis participantes. De ellos, hasta la mañana de hoy, quedaban la mitad: el obrero, la profesional, el hombre de negocios, el religioso, el atleta, el artista, la modelo y un vagabundo.
Con el vagabundo pretendíamos darle un giro al programa. No fue premeditado, apareció mientras hacíamos el casting. Ponerlo en el programa fue más difícil de lo que podría parecer. Una persona de ese tipo no existe y firmar cualquier contrato está lejos para él de cualquier consideración Kafkiana. Lo pusimos en el programa muy a pesar de lo ilícito y las protestas de los demás participantes.
Fui el primero en llegar a revisar lo que había sido grabado el día anterior. Vi que la mayor parte de las cámaras fijas, utilizadas para algunas tomas específicas, y que a su vez cumplen la función de circuito cerrado de seguridad, se hallaban inactivas. Llamé al resto de la producción para alertarlos del incidente y utilice la radio para comunicarme con quienes se habían quedado en la isla. Alguien más me contestó y cambiando la voz afirmó que ya todos estaban muertos.
No recuerdo bien a qué hora llegó el director, sólo sé que fue antes de que el primer grupo saliera hacia la isla. Todos estábamos estupefactos frente a las pantallas que registraban la misma toma. El silencio sepulcral se rompió al escucharlo decir, que luego de hablar por teléfono con los directivos, no sería enviado ningún grupo de la producción y mucho menos admitiría que alguien llamará a la policía.
Todos somos cómplices ahora. Somos algo más de veinte los que vemos el pedazo de rostro aún sin nombre y escuchamos la voz retorcida de quien se ríe con esmero.
-           ¡Superen esto Survivor!
Siempre me he sentido culpable de hecho. Soy el editor.
Hoy, a la misma hora en que se transmite el programa hay fútbol, la final. Es decir, no habrá reality y es por eso que nos dimos la licencia de tomarnos algo en la noche de ayer. Así que la muerte de un atleta y las esperanzas de vida de un vagabundo nos separan del último capítulo.
De las cámaras inhabilitadas quedaron algunas tomas grabadas. Gritos, murmullos, rastros de sangre que brillan con intensidad por los reflectores, y en una de ellas la modelo que cae sobre la cámara número cinco y luego otra explosión de sangre.
Sin embargo, ninguna toma concreta que nos permita identificar al asesino. Lo que sí es obvio es que fue él quien las desconectó.
Aunque… sí, hay una toma, fue grabada por la cámara número dos.
Una toma por la que creemos saber quién es. Grabada está la muerte de la presentadora. En la escena se le ve llegar a rastras a la cámara y al intentar pedir ayuda la sangre brota de su boca, luego su rostro golpea la tierra. Queda en la cámara, de cerca, su cuello y en él un corte que no alcanza a ser lo suficientemente profundo.
Esos cortes, no tan profundos, son nuestra única pista, los vimos la mañana anterior. Luego de intentarlo en varias ocasiones, el hombre de negocios logró dar filo, por fin, a sus tarjetas. Esa mañana con una de ellas había desescamado y abierto con una facilidad absurda todos los pescados. Se había cortado incluso un dedo mientras lo hacía. Esa era una de las entrevistas que pretendíamos hiciera la presentadora: no nos preocupaba que las tarjetas tuvieran filo, nos interesaba saber cómo lo había logrado.
Todos los participantes habían superado con buenos resultados los exámenes sicológicos y físicos. Estaban lo suficientemente equilibrados para sortear los traumas que les deparaba su estadía en la isla. En todo lugar se dejan las pistas que permiten sacar conclusiones y ni nuestros sicólogos, ni nosotros habíamos sabido interpretarlos luego de tres semanas de convivencia. Nosotros, los de la producción, también tenemos nuestros padecimientos: en la isla un asesino y no sabemos quién. Sospechamos de uno, sí, pero… y pensar que nos reímos cuando dijo que sólo llevaría su billetera y unas tarjetas.
Muchos no han podido salir de la consternación y el director anuncia que todo va a ser un éxito. Para los problemas morales no hay mejor olvido que un negocio redituable. Así que va a ser inevitable que esto continué y no quisiera editar lo que falta.
A decir verdad, qué sabemos: nada. Pueden faltar muchos más por ser asesinados, puede que no falte ninguno. Puede que entre el atleta o el vagabundo esté el asesino. Puede no ser tan deliberado estar tan cerca de la cámara.
***
Ya no hay nadie frente a la cámara número quince. Sólo otro rastro de sangre que parece brotar del tronco de una palmera, que frente a la cámara capta toda nuestra atención. Se desliza por el tronco en una delgada línea que no alcanza a tocar tierra.
No es nada nuevo ver cómo mueren personas frente a nosotros. ¿De cuántos asesinatos no hemos sido testigos? Nada más cruel y despiadado que las ejecuciones que llegan por correo.
Desde el canal, los directivos autorizan al director hacer un trato con el de la isla. La misma voz sin nombre responde al llamado por radio. El director le explica que aún no hemos llamado a la policía, que la condición es que él habilite las cámaras para seguir grabando. Editar y transmitir.
-         Sabía que no me cortarían. – respondió sonriendo – ¡Estamos haciendo el programa que el mundo quiere ver director!… Pero yo también tengo una condición: no debe verse mi rostro.
Y las cámaras fueron activadas.
***
Van dos días de éxito absoluto, una cadena norteamericana adquirió todos los derechos, las autoridades desconocen la ubicación de la isla. Estamos a un día de que lleguen por todos nosotros. Pero debo reconocerlo, ya todo está siendo negociado. No he permitido que se vea ningún rostro. Ya tengo editada la última escena del capítulo final. En ella, un cuadro perfecto: mientras, atrás, recostado en un árbol de teca, respira tranquilo el vagabundo; en primer plano, al tiempo que el sonidista evita que escape el atleta, el camarógrafo desliza la tarjeta por su cuello aún suplicante.