09 julio 2012

Empezar de nuevo


En la caja número doce, del supermercado al que John acostumbra ir, la cajera toma con habilidad de autómata los productos que la banda transportadora le acerca. Y por todos lados se hace presente  el color corporativo que diferencia a esta gran superficie de todas las otras.
Hoy fue día de pago, la quincena como dicen casi todos. Y John, como casi todos, realiza la compra de sus provisiones ese mismo día. Compra sólo lo necesario para evitar flaquear los quince días siguientes. Pone en el carro las provisiones para el desayuno y uno que otro antojo para la comida. Siempre almuerza por fuera.
Este es el tercer mercado que realiza sólo. Hace dos meses que los problemas con su esposa se volvieron irreconciliables. Siempre acostumbraban mercar juntos, las  manías de él y los caprichos de ella, todos eran satisfechos. La mayoría de las veces debían utilizar más de un carro.
Son tres las personas que lo separan de llegar a la caja, cada una de ellas con los artículos a través de los cuales John se toma el tiempo para intentar definirlos. Uno de los juegos que acostumbraba con su esposa mientras mercaban. Era así como lograban detectar entre la multitud a los solteros, a las solteras, a los extranjeros y a las lesbianas. Un día acató ella a decir.
-          -Mira. Un chef
Y señalo con su rostro a un hombre robusto que lo único que tenía en su canasto, eran productos de aseo personal.
-          -¿Y cómo sabes?
-          -Casa de herrero azadón de palo. Imagino que no prepara nada en casa.
En esa ocasión pudo haber sido una disertación interesante discutir con ella por que si y por que no pero él evito, aquella vez, contradecirla. Le pareció probable.
Ahora, estando en la fila intenta jugar sólo.
Bueno. El reto hoy no esta tan complicado, veamos: Primero, señora de 65 años, sola, viuda mejor, por la cantidad de artículos que se repiten no es un mercado habitual, va a prepararse para recibir invitados, muy seguramente su familia. Segundo, deportista, 28 años, aún vive con la mamá, lleva en su carro una crema antiarrugas y una base, cosas que sólo se le ocurren a las mamás, mucha malteada, mucha vitamina, mucho carbohidrato, se aproximan las competencias. Y por último una estudiante universitaria, solo lo necesario y de lo necesario solo de a cuartos, se sabe que no es de aquí, no por lo que lleva en el carro sino por lo que tiene puesto.
John se fue de su casa, la que compartía con su esposa, una noche después de la quincena. Esa noche, como es obvio, la nevera gozaba su abundancia y John creía que aun había esperanzas. Pero como con una esposa, irreconciliables son las esperanzas. Bastó con las pocas gotas de orín que John dejó caer fuera del sanitario para que ella explotara en un ataque de rabia. Sin embargo, debo añadir que el tubo de la crema dental fue presionado por la mitad y no de abajo hacia arriba, y que la boquilla de la caja de leche mostraba signos claros de que él había bebido de ella mientras comía sus galletas.
Fue suficiente para John escuchar la voz de ella,  que en la misma nota aguda no encontró descanso por más de tres horas, todos los reproches que de esa discusión salieron deshicieron todo posible porvenir. Con todo el dolor y buscando alivio de la voz, para la que su oído ya no tenía filtro, John cerró tras de sí la puerta y se fue.
De casados no tenían más de cuatro meses, pero ya habían vivido juntos más de seis, el matrimonio llego cuando ella se decidió y el consiguió trabajo. Cuando se vive con alguien y no hay de por medio un compromiso, cualquier discusión es una escusa para irse o, por lo general, el preludio de una nueva e incontenible pasión. Y ningún reproche, entonces, parece ser cierto.
Absorto por las portadas de las revistas, que se dejaban ver mejor estando ya cerca de la caja, no acató a percibir quien se le acercaba por la espalda. Un carro con cosas de mujer se estacionó a su lado mientras una voz le recriminaba.
-       -Cuando fuiste por tus cosas olvidaste algunas cosas en el cuarto útil – Sólo un jean, camiseta blanca, bolso grande y baletas.
-          -Creí que podías colaborarme mientras encuentro un lugar mejor.
-          -No te preocupes. No puedes perder la costumbre – y su boca se retorció en un gesto de fastidio.
-          -¿De mercar el día de pago o de ser un conchudo?
-          -Si lo pones así…
-          -No ¿Y tú?
-          -Tampoco
De los labios de ambos salió un rumor vago, que pareció pero no fue una sonrisa.
-         -Pero la verdad es que estoy cansado – John hizo una pausa y repitió - Estoy cansado de hacer un mercado del que sólo me gasto el desodorante y las maquinas de afeitar.
-          -No eres el único.
Y sus carros medio vacios, medio llenos, esperaban una solución.
-          -¿A que le tienes miedo? – pregunto ella.
-          -A pasar al lado de una guadañadora – respondió él – ¿Las has visto? Son impredecibles…
-          -No juegues.
-          -A que este encuentro no haya sido una casualidad.
-          -Antes no me tenías miedo.
-          -Ahora sí.
Al lado de ella descansaba la caja de leche de la que él no podía beber, la crema dental que no debía exprimir con toda la mano y el papel higiénico que ella esperó, por diez meses, que él utilizará para limpiar la tasa del sanitario.
Del lado de él las chucherías que por su régimen ella odiaba, el fastidioso olor juvenil del desodorante que a ella aterraba y las maquinas de afeitar que ampliaban la brecha generacional que los distanciaba.
-          Pasa pronto por tus cajas – Dijo mientras daba la vuelta a su carro para irse.
-         -No te preocupes. De esta semana no pasa.
La banda transportadora llevaba hasta la cajera los productos que en ella John depositaba.
-          -Buenas noches señor. ¿Tarjeta de Puntos?
-        -No… Pero va a tocar empezar a hacer los míos – Le respondió a la niña de la caja mientras la miraba.