20 marzo 2017

Para un país corrupto la paz está lejos




La paz es más que terminar un conflicto armado. La paz en su acepción más básica es el establecimiento de una “relación de armonía entre las personas”. Dicha armonía implica reconocer la responsabilidad individual sobre las consecuencias de nuestras decisiones y el deber de encaminar nuestra conducta individual hacia el bienestar del otro. Tener consciencia de esta responsabilidad y de este deber es indispensable para políticos y líderes, pues son quienes toman las decisiones más importantes del país. Esa consciencia se construye a partir de tres nociones:
1) La noción de la interdependencia que caracteriza a los individuos de una sociedad, que permite potenciar nuestra elección como animal social. Amartya Sen señala:
No encuentro dificultades especiales para creer que los pájaros, las abejas, los perros y los gatos revelan sus preferencias mediante sus elecciones; en el caso de los seres humanos es cuando tal proposición no me parece especialmente convincente. Un acto de elección de este animal social es, en un sentido fundamental, siempre un acto social. Puede que sea mínima o confusamente consciente de los enormes problemas de interdependencia que caracterizan a la sociedad… Pero su conducta es algo más que la mera traducción de sus preferencias personales.”
2) Obrar de tal modo que la conducta pueda convertirse en regla de conducta universal, en un ejemplo para su comunidad y otros líderes. 
3) La disposición para obrar de acuerdo a los valores construidos en sociedad no garantiza felicidad, es posible incluso que haga más difícil el porvenir. Kant comprueba que hay bribones, tramposos o, más coloquialmente, avispados que son más felices que mucha gente honrada.
En nuestro mundo la felicidad y la virtud no marchan juntas, no porque sean incompatibles (Kant no es pesimista hasta este punto), sino porque nada garantiza su conjunción, su proporción, su armonía, nada asegura que el hombre virtuoso alcance la felicidad […] Dicho esto, debemos ocuparnos menos de lo que nos puede hacer felices por lo que nos hace dignos de serlo. Es el principio de la moral: Actúa de tal suerte que seas digno de ser feliz.
Pero si queremos una expresión más simple y clara de las tres nociones anteriores   podemos mirar la moral cristiana y su regla de oro: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.” (Mt 7:12). Pero también se encuentran poderosos aforismos en la religión hindú, budista, musulmana y en las tradiciones judías, tal y como este: El que ama a los demás será amado a su vez; el que hace prosperar a los demás prosperará a su vez” (Mô-tseu).
Lo anterior para decir que este es el marco moral al que aspira toda sociedad; la moral, más que la norma, sustenta la armonía entre las personas. En Colombia, uno de los países más felices del mundo, es más sencillo hablar sobre un marco inmoral que todos comparten y en el que todos se mueven sin ninguna restricción legal o cultural, y que en la práctica se identifica  en la corrupción y las economías ilegales. En gran medida, esto puede explicar la felicidad de este país, que no es propia de quien actúa de acuerdo a un conjunto de valores y principios morales (pues seríamos el país más digno del mundo) sino, por el contrario, de quien sin importar las consecuencias de sus actos sobre los otros está dispuesto a todo por alcanzar el máximo beneficio personal, está dispuesto a robarse el dinero de la alimentación de los niños más pobres y a cambio ofrecerles comida con gusanos, a robarse el dinero de la salud y dejar morir a la gente en las salas de espera, a ser cómplice de la contaminación y explotación de los ríos que dan sustento a las comunidades ribereñas, a dar grandes subsidios a las familias más ricas del país para que sigan explotando al campesino que es quien trabaja realmente la tierra, a robarse las regalías de un departamento pobre como el de La Guajira, acosar sexualmente a sus subalternos y aceptar un cargo para el cual no se tiene el perfil.
El reto es reconocer y fortalecer nuevos liderazgos sin caer en prácticas clientelistas, permitiendo el surgimiento de una nueva fuerza política digna para el ejercicio del poder, una fuerza política digna que gobierne con transparencia, con participación ciudadana y compromiso por el interés general. El primer paso para la paz es construir un movimiento en el que se pueda ser digno por el hecho de representar los valores con los que se construye una sociedad justa y en paz.
Será imposible cambiar un país con aquellas personas que tienen por certeza que la corrupción es inherente a la condición humana, una noción que hoy riñe con los hallazgos científicos que afirman que “en la historia de la evolución ha imperado más la colaboración entre las especies que la competencia despiadada entre ellas”.
Ser un líder honesto en Colombia es la más exigente tarea; marginado por las redes corruptas de poder, con recursos justos para hacer campaña, expuesto a amenazas de quienes han hecho arreglos con grupos responsables de las economías ilegales, el líder mantiene la voluntad intacta de construir un mejor país  El reto está en rodear estos líderes, en formar otros nuevos desde la juventud y establecer una red honesta entre el centro y la periferia del país.
Para un país corrupto la paz solo será posible cuando logremos remplazar todos los falsos líderes por líderes que no tienen precio y que buscan hacer digna la forma de vivir de hombres y mujeres libres. ¡Nos llegó la hora de preocuparnos por los líderes que se preocupan por todos!




Juan Camilo Salazar Martínez

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