25 abril 2012

La memoria y el olvido





Jamás oculto nada cuando escribo en mi diario, a veces me da vergüenza leerlo.
Yasunari Kabawata


Esa extraña suerte o desafortunado don, el de no poder olvidar, perseguía al Funes de Borges en su oscura habitación para señalarlo. Podía discernir “continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso"
Cada vez toman más fuerza las áreas del conocimiento que estudian "el profuso horrido abismo donde se anudan serpentinos los sesos". Pues bien, para cada uno de esos descubrimientos existiría la posibilidad no sólo de alimentar la memoria completa que me ceden para mí e-mail sino también agotar los 500 a 1000 billones de bytes que producen las conexiones de las también incontables neuronas que posee nuestro cerebro. Las zonas que nos permiten sentir, pensar, movernos tal y como lo hacemos, enfrentar situaciones inesperadas, almacenar información y transportarla ya han sido claramente identificadas. Pero en un lugar tan intrincado como el que flota sobre nuestra espina dorsal es mucho lo que falta aún por descubrir.
Sin embargo, lo que sabemos hasta ahora nos da suficientes luces para comprender algunas de las cosas que acontecen de manera cotidiana y la relación que tiene el cerebro con nuestra forma de interpretarlas. Mucho hay alrededor de este tema que sorprende, la justificación acerca de lo valioso que es no tener la capacidad de recordarlo todo, la manera en que nuestro cerebro ha evolucionado desde ser una amígdala dueña de nuestras reacciones más instintivas a ser un complejo tridente capaz de permitirnos generar pensamiento, en el que las emociones terminan dominando nuestra capacidad de concluir y tomar decisiones, y en el que la imaginación nubla la percepción de lo que es real. Todos ellos temas más que interesantes para los cuales sería posible establecer un tratado igual de significativo que cualquier búsqueda desesperada. Y entre todos ellos hay algunos que atraen de manera irremediable y son aquellos que intentan establecer las relaciones que hay entre el transcurrir del tiempo, los recuerdos, la memoria, el olvido y la manera en que son administradas por nuestro cerebro.
Douwe Draaisma, por ejemplo, habla del efecto de reminiscencia como aquel que nos permite recordar acontecimientos de manera inconsciente y está estrechamente relacionado con el que percibamos que el tiempo transcurre de manera rápida o lenta y con que algunas personas digan en el mes de Noviembre o Diciembre que el año paso como el viento. Para entrar en materia, el almacenamiento inconsciente de recuerdos en nuestro cerebro permite tener referencias exactas que marcan puntos o momentos en la línea del tiempo. Eso quiere decir que mientras más recuerdos tengamos es posible hacer una trazo más continuo sobre esa línea; y mientras menores sean los recuerdos mayor espacio va a haber entre los puntos, lo que producirá la impresión de que el tiempo ha pasado velozmente.
Pero ¿Cómo hacer que se anclen a nuestra memoria más recuerdos? o ¿Porqué, por lo general, los años son más largos en la niñez y la adolescencia y más cortos durante la vida adulta? La respuesta es simple, pero prometedora, la clave está en todo aquello que sucede por primera vez. De manera escalofriante Hannibal Lecter anuncia que "las cicatrices nos recuerdan que el pasado fue real" y es así como cada recuerdo de una situación prístina es una cicatriz profunda que en nuestra memoria hace las veces de una capsula de tiempo.
Las jornadas laborales y su monotonía hacen que la vida pase de manera apresurada y solo sea cierto aquello que sucede cada 5 noches, es por eso recomendable y cito textualmente un fragmento de la entrevista que Draaisma concedió a Eduard Punset.
Eduard Punset:  Si lo que dices es verdad… probablemente deberíamos aconsejar a las personas mayores que llenaran sus días de acontecimientos…
Douwe Draaisma: Eso es
Eduard Punset: Y emociones… ¿verdad?
Douwe Draaisma: Que viajen, quizá. O tengan nuevas aficiones. Lo importante es tener nuevas impresiones, porque eso generará nuevos recuerdos, nuevas experiencias… ¡y ralentizará la velocidad subjetiva del tiempo!
Bueno, está bien tener recuerdos que permitan dilatar esa percepción subjetiva del tiempo, podría decirse que la tecnología nos ha ayudado a superar nuestras incapacidades neuronales, pero ¿Qué tan pertinente es tener tal cantidad de información almacenada?
No es necesario repetir que, ahora, casi todo es posible con respecto al cerebro, sólo necesitamos un poco más de tiempo. Rodolfo Llinas expuso, en una de sus últimas visitas a Medellín, como enfermedades que creíamos propias del subconsciente, la esquizofrenia entre ellas, tienen ahora un tratamiento clínico. Luego de una ardua investigación y de utilizar todos los equipos que estaban a su disposición detecto en un paciente específico el lugar del cerebro en el que se hallaba su problema y procedió a operarlo en una cirugía de indudable éxito, logrando no sólo el bienestar del paciente sino también un ruptura absoluta de paradigmas.
Con respecto a nuestra memoria conocemos sus limitaciones, no dejamos de ser ajenos a olvidar donde colocamos las llaves o donde vimos por última vez una noche estrellada. Recuerden, hay muy buena memoria para aquello que ocurre por primera vez, pero ¿Qué sucede con todos los otros eventos dignos de ser evocados? En la actualidad, muchos de esos recuerdos no nos pertenecen, están almacenados en una libreta de apuntes, en los papelitos adhesivos que pegamos de algún tablero, en la base de datos de nuestro PC o correo electrónico. Incluso, algunos aguardan a que otras personas hagan memoria, por nosotros, en Facebook.
Se espera para los próximos años que estas memorias además de ser externas, sean portátiles. Desde hace algo más de una década los investigadores de Microsoft trabajan en el desarrollo de un dispositivo con el que, es posible, dejemos atrás la necesidad de recordar por nuestra propia cuenta. Gordon Bell, jefe del proyecto, pasa sus días con dispositivos que le permiten capturar imagen, audio y hasta algunos instantes en video de todo lo que le acontece. Los archivos son almacenados en un computador, al igual que todos los e-mails recibidos, todas las búsquedas hechas desde su PC y todos los documentos que luego de pasar por sus manos han sido escaneados. El almacenamiento de toda esta información, su memoria histórica externa, le permite recurrir y buscar de manera precisa algún momento de su vida.
Muy pronto será algo común tener un dispositivo, en el que quedará registrada gran parte de nuestra propia historia. Podría decirse que ya existe, el celular, el portátil, alguna red social en internet, pero definitivamente nada tan avanzado como lo que les describo o se están imaginando los de Microsoft.
Pero una cosa es querer prolongar nuestra existencia fabricando gratos recuerdos y otra muy diferente es procurar recordarla toda. Para muchas cosas es necesario permitirse el olvido.
Inmersos, como Funes, en un pasado que no se deteriora y ante la imposibilidad de encontrar un resguardo en el presente, seríamos esclavos de nuestras inquietantes e inmarcesibles experiencias. Nuestra capacidad de olvido, como afirma Nietzsche, no es una mera fuerza inercial, sirve para mantener el orden, es una salud vigorosa, sin ella no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente.
Aunque bueno, cómo no mencionar que del lado opuesto al memorioso Funes está el olvido infeccioso que se apoderó de los ciudadanos de Macondo, quienes durante el contagio debieron marcar las cosas con sus nombres y posibles utilidades para no olvidarlas y “vivieron en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.”

Carlos Andrés Salazar Martínez

0 comentarios:

Publicar un comentario