Jamás oculto nada cuando
escribo en mi diario, a veces me da vergüenza leerlo.
Yasunari Kabawata
Esa extraña suerte o desafortunado
don, el de no poder olvidar, perseguía al Funes de Borges en su oscura
habitación para señalarlo. Podía discernir “continuamente los tranquilos
avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de
la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo
multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso"
Cada vez toman más fuerza
las áreas del conocimiento que estudian "el profuso horrido abismo donde
se anudan serpentinos los sesos". Pues bien, para cada uno de esos
descubrimientos existiría la posibilidad no sólo de alimentar la memoria
completa que me ceden para mí e-mail sino también agotar los 500 a 1000
billones de bytes que producen las conexiones de las también incontables
neuronas que posee nuestro cerebro. Las zonas que nos permiten sentir, pensar,
movernos tal y como lo hacemos, enfrentar situaciones inesperadas, almacenar
información y transportarla ya han sido claramente identificadas. Pero en un
lugar tan intrincado como el que flota sobre nuestra espina dorsal es mucho lo
que falta aún por descubrir.
Sin embargo, lo que
sabemos hasta ahora nos da suficientes luces para comprender algunas de las
cosas que acontecen de manera cotidiana y la relación que tiene el cerebro con
nuestra forma de interpretarlas. Mucho hay alrededor de este tema que
sorprende, la justificación acerca de lo valioso que es no tener la capacidad
de recordarlo todo, la manera en que nuestro cerebro ha evolucionado desde ser
una amígdala dueña de nuestras reacciones más instintivas a ser un complejo
tridente capaz de permitirnos generar pensamiento, en el que las emociones
terminan dominando nuestra capacidad de concluir y tomar decisiones, y en el
que la imaginación nubla la percepción de lo que es real. Todos ellos temas más
que interesantes para los cuales sería posible establecer un tratado igual de
significativo que cualquier búsqueda desesperada. Y entre todos ellos hay
algunos que atraen de manera irremediable y son aquellos que intentan establecer
las relaciones que hay entre el transcurrir del tiempo, los recuerdos, la
memoria, el olvido y la manera en que son administradas por nuestro cerebro.
Douwe Draaisma, por
ejemplo, habla del efecto de reminiscencia como aquel que nos permite recordar
acontecimientos de manera inconsciente y está estrechamente relacionado con el
que percibamos que el tiempo transcurre de manera rápida o lenta y con que
algunas personas digan en el mes de Noviembre o Diciembre que el año paso como
el viento. Para entrar en materia, el almacenamiento inconsciente de recuerdos
en nuestro cerebro permite tener referencias exactas que marcan puntos o
momentos en la línea del tiempo. Eso quiere decir que mientras más recuerdos
tengamos es posible hacer una trazo más continuo sobre esa línea; y mientras
menores sean los recuerdos mayor espacio va a haber entre los puntos, lo que
producirá la impresión de que el tiempo ha pasado velozmente.
Pero ¿Cómo hacer que se
anclen a nuestra memoria más recuerdos? o ¿Porqué, por lo general, los años son
más largos en la niñez y la adolescencia y más cortos durante la vida adulta?
La respuesta es simple, pero prometedora, la clave está en todo aquello que
sucede por primera vez. De manera escalofriante Hannibal Lecter anuncia que
"las cicatrices nos recuerdan que el pasado fue real" y es así como
cada recuerdo de una situación prístina es una cicatriz profunda que en nuestra
memoria hace las veces de una capsula de tiempo.
Las jornadas laborales y
su monotonía hacen que la vida pase de manera apresurada y solo sea cierto
aquello que sucede cada 5 noches, es por eso recomendable y cito textualmente
un fragmento de la entrevista que Draaisma concedió a Eduard Punset.
Eduard Punset: Si lo
que dices es verdad… probablemente deberíamos aconsejar a las personas mayores
que llenaran sus días de acontecimientos…
Douwe Draaisma: Eso es
Eduard Punset: Y
emociones… ¿verdad?
Douwe Draaisma: Que
viajen, quizá. O tengan nuevas aficiones. Lo importante es tener nuevas
impresiones, porque eso generará nuevos recuerdos, nuevas experiencias… ¡y
ralentizará la velocidad subjetiva del tiempo!
Bueno, está bien tener
recuerdos que permitan dilatar esa percepción subjetiva del tiempo, podría
decirse que la tecnología nos ha ayudado a superar nuestras incapacidades
neuronales, pero ¿Qué tan pertinente es tener tal cantidad de información
almacenada?
No es necesario repetir
que, ahora, casi todo es posible con respecto al cerebro, sólo necesitamos un
poco más de tiempo. Rodolfo Llinas expuso, en una de sus últimas visitas a
Medellín, como enfermedades que creíamos propias del subconsciente, la
esquizofrenia entre ellas, tienen ahora un tratamiento clínico. Luego de una
ardua investigación y de utilizar todos los equipos que estaban a su
disposición detecto en un paciente específico el lugar del cerebro en el que se
hallaba su problema y procedió a operarlo en una cirugía de indudable éxito,
logrando no sólo el bienestar del paciente sino también un ruptura absoluta de
paradigmas.
Con respecto a nuestra
memoria conocemos sus limitaciones, no dejamos de ser ajenos a olvidar donde
colocamos las llaves o donde vimos por última vez una noche estrellada.
Recuerden, hay muy buena memoria para aquello que ocurre por primera vez, pero
¿Qué sucede con todos los otros eventos dignos de ser evocados? En la
actualidad, muchos de esos recuerdos no nos pertenecen, están almacenados en
una libreta de apuntes, en los papelitos adhesivos que pegamos de algún
tablero, en la base de datos de nuestro PC o correo electrónico. Incluso,
algunos aguardan a que otras personas hagan memoria, por nosotros, en Facebook.
Se espera para los
próximos años que estas memorias además de ser externas, sean portátiles. Desde
hace algo más de una década los investigadores de Microsoft trabajan en el
desarrollo de un dispositivo con el que, es posible, dejemos atrás la necesidad
de recordar por nuestra propia cuenta. Gordon Bell, jefe del proyecto, pasa sus
días con dispositivos que le permiten capturar imagen, audio y hasta algunos
instantes en video de todo lo que le acontece. Los archivos son almacenados en
un computador, al igual que todos los e-mails recibidos, todas las búsquedas
hechas desde su PC y todos los documentos que luego de pasar por sus manos han
sido escaneados. El almacenamiento de toda esta información, su memoria
histórica externa, le permite recurrir y buscar de manera precisa algún momento
de su vida.
Muy pronto será algo común
tener un dispositivo, en el que quedará registrada gran parte de nuestra propia
historia. Podría decirse que ya existe, el celular, el portátil, alguna red
social en internet, pero definitivamente nada tan avanzado como lo que les describo
o se están imaginando los de Microsoft.
Pero una cosa es querer
prolongar nuestra existencia fabricando gratos recuerdos y otra muy diferente
es procurar recordarla toda. Para muchas cosas es necesario permitirse el
olvido.
Inmersos, como Funes, en
un pasado que no se deteriora y ante la imposibilidad de encontrar un resguardo
en el presente, seríamos esclavos de nuestras inquietantes e inmarcesibles
experiencias. Nuestra capacidad de olvido, como afirma Nietzsche, no es una
mera fuerza inercial, sirve para mantener el orden, es una salud vigorosa,
sin ella no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna
esperanza, ningún orgullo, ningún presente.
Aunque bueno, cómo no
mencionar que del lado opuesto al memorioso Funes está el olvido infeccioso que
se apoderó de los ciudadanos de Macondo, quienes durante el contagio debieron
marcar las cosas con sus nombres y posibles utilidades para no olvidarlas y
“vivieron en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las
palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de
la letra escrita.”
Carlos Andrés Salazar Martínez
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