18 abril 2012

Franz Kafka


De una tradición que se remonta a "Bartleby, el escribiente" (1853) de Melville, y que pasaría por las manos de Robert Walser y su novela "Jacob von Gunten" (1909), es heredero un autor como Kafka. Un autor del que ya se ha dicho mucho, aunque no lo suficiente, y del que han bebido innumerable cantidad de intelectuales modernos, incluido Borges. Kafka es a la literatura contemporánea lo que, podría decirse, ha sido Shakespeare para el género dramático. La forma en que describe y pone en evidencia los vicios y el vacío que siente el hombre moderno ante las estructuras sociales no tiene parangón. Sus obras, pese al paso de las décadas, siguen siendo reflejo de una realidad que, comprendemos gracias a él, permanece inalterada.
Decir esto hace que recuerde a dos coetáneos de Kafka: Juan Carlos Onetti y Pablo Palacio, dos escritores latinoamericanos que merecen, como no, su propia entrada en este blog.
Por ahora dejemos que Kafka con un cuento, con el que definitivamente me atrapó, se defienda sólo. Porque ante lo vacuo que es la cotidianidad las respuestas son, inesperadamente, las más sencillas.

El paseo repentino
Franz Kafka
(1913)

Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura. 
Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.

Carlos Andrés Salazar Martínez 

0 comentarios:

Publicar un comentario