Ya no recuerdo en que año, y eso que tengo pocos para no saberlo, me deje seducir por palabras tan rimbombantes que producían en mí las ganas de ser el sujeto al cual se aplica la ejecución de una acción determinada por tan altos ministerios, y es que, como no dejarse llevar por palabras que alimentan la fibra más intima en la imaginación de un niño, que además, estando de moda, era lícito usarlas.
No sé porque las recuerdo ahora, y son claras en mi mente.
Sé, por lo menos, que Carl Sagan con su libro El Mundo y sus Demonios exorcizó de mí todos aquellos espíritus malévolos para darme la gracia que da la sabiduría o el don de la ciencia. Pero ¿Por qué estuvo tan de moda la telequinesis, la telepatía, la levitación, la combustión espontanea y la abducción a finales del siglo XX? No quisiera decir que fue debido a Chris Carter creador de la muy famosa serie de ciencia ficción Los Archivos Secretos, y no quisiera decirlo porque detrás de que a alguien se le ocurra algo hay toda una sociedad a espera de consumir eso que una persona X se ingenia.
Cansados de que todo fuera cierto, nos entregamos a lo paranormal esperando hallar explicaciones en un lugar en el que la historia esta cansada de decirnos, no. Y es así como pasé de las muy laxas teorías que plantean alrededor de las pirámides, las líneas de Nazca, los moáis de la Isla de Pascua y los monolitos de Stonehenge, a la búsqueda de la Atlántida o al misterio del omnívoro Triangulo de las Bermudas. Todos estos enigmas entre uno que otro testimonio de avistamiento, hechizo alquimista, predicción reforzada o forma ingeniosa de explicar coincidencias. Sin dejar de lado, por supuesto, a los licántropos, el Área 51, la hipnosis, la adivinación, la numerología, las posesiones demoníacas o angelicales y en fin, la lista es tan extensa que cansa.
Y esa es la verdad. Agradezco a la vida, en todo caso, haberme permitido toparme con esta extraña trampa del mundo a tan temprana edad y haberme permitido, a la vez, encontrarme con mi salvador, el único buscador de extraterrestres cuerdo de quienes conozco, Carl Sagan. Que curioso es todo: alimentado por la seudociencia encontré una persona a quien seguir, alguien quien además me dio la libertad de elegir el camino sin torcerlo.
Sin embargo y aunque persuadido por axiomas y la búsqueda desesperada de pruebas, sigo esperanzado en lo fantástico, y es que qué sería de la vida si pudiera ver como vuela el control remoto mientras lo traigo con la mente, la gran emoción que me embargaría si sólo una persona pudiera tumbar muros con su ki. O por lo menos, haber vivido en el tiempo en el que una misma persona exorcizaba espíritus, convertía el agua en vino, multiplicaba los peces y caminaba sobre las aguas.
Carlos Andrés Salazar Martínez
Imagen: Walk on Water. Michael Cross
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