El
futuro es inevitablemente el lugar hacia donde nos dirigimos y, de hecho, se
nos presenta como un horizonte del que sabemos mucho más de lo que sospechamos.
Tenemos a nuestra disposición todas las pistas necesarias para adivinar lo que pasará
con la raza humana. Las películas y los libros de ciencia ficción ya nos lo
dijeron. Algunos pocos líderes e iluminados ya hicieron sus cábalas y profecías
respecto a nuestro porvenir. Tomaron, por nosotros, algunas decisiones.
Particularmente,
para los países latinoamericanos, ese horizonte se nos presenta en forma de
visión, documental de Discovery channel o, como es obvio, país desarrollado. Nuestro
reto consiste en ir alcanzando poco a poco lugares que ya han sido colonizados
y tal vez, en algún momento, liderar el progreso en algún campo del
conocimiento.
Quiero,
sin embargo, aclarar aquí que el futuro del que estamos acostumbrados a hablar
es aquel en el que, como dice Lévi-Strauss, contemplamos el progreso según la
cantidad de energía disponible por persona. Y, pese a lo inapropiado que es imaginar
un futuro más excluyente, es imposible para el pensamiento occidental ver lo
civilizado desde otro ángulo. Y no crean que estoy adoptando una perspectiva
nostálgica respecto al futuro, estén seguros: quien piensa en su destino no
deja de hacerse preguntas por su pasado. Es, de alguna manera, el impuesto que
debemos pagar quienes nos atrevemos a medir el porvenir. Y es que en nuestro
cerebro percibimos el futuro a través de nuestras experiencias inmediatas. Toda
memoria sirve para orquestar la imagen que nos hacemos del futuro.
Incluso,
emparejar la memoria con la promesa es algo que no es ajeno a la filosofía. Paul
Ricoeur plantea, por ejemplo, que mientras la primera dando vuelta al pasado es
retrospectiva; la segunda, mirando al futuro es prospectiva. Ambas son a la vez
opuestas y complementarias; el equilibrio de sus fuerzas proporciona amplitud a
lo que es el ser humano.
Opino
que el discurso sobre el mañana debe abrirse también a otro tipo de cuestiones porque
incluso esos países que llamamos desarrollados han sentido la necesidad de emprender
el cultivo de otro tipo de intereses, entre ellos el de las más refinadas y diversas
prácticas espirituales y sociales de las que la historia del hombre ha sido
testigo. De hecho, ya había advertido Lévi-Strauss, no puede entenderse el
concepto de civilización sin la pluralidad cultural. El progreso tiene matices
que deben ser explorados a través de otras perspectivas.
Hay
un horizonte que se extiende mucho más allá de lo obvio…
El
desarrollo tiene acepciones en las que caben los sistemas
filosóficos-religiosos, las condiciones psicológicas que nos permitan enfrentar
un desequilibrio demográfico o la devastación ambiental e incluso la capacidad
de unir teoría y práctica en un solo dogma.
En
un mundo cada vez más conectado hemos sido testigos de que las personas que se
encuentran en el desarrollo de punta tienen la capacidad de asimilar y seguir
las más disímiles prácticas. No hace muchos años, mientras Steve Jobs comía con
los Hare Krishnas el Dalai Lama le indicaba a los Neurobiólogos dónde buscar la
felicidad. Una verdadera fusión de horizontes diría Gadamer.
Caso
aparte sería decir que cada persona con espíritu curioso y capacidad creativa ha
buscado primero ponerse a la par de los desarrollos científicos de su época. Llegar
a un lugar en el que el horizonte presenta nuevos desafíos. Retos y
dificultades que les permitan trabajar en igualdad de condiciones con países
aventajados.
El
trabajo conjunto, el intercambio cultural, y la capacidad de aventura de grupos
de investigación comprometidos ofrecen la posibilidad de conocer, de primera
mano, lo que se está haciendo en el país para encontrarse con el futuro.
Realidad
virtual, realidad aumentada, máquinas de impresión 3D, ciudades ambientales e
inteligentes, vehículos impulsados con energía limpia, la manera de hacer
negocios y sus retos. Y, cómo ya lo saben, incluso el cultivo del espíritu estará
sometido a los caprichos del tiempo.
Pero
sólo tenemos el presente. El presente es el lugar desde donde volteamos a ver las
viejas cimas y perfilamos la vista hacía nuevos horizontes. Como seres humanos somos
conscientes de que nuestra vida se encuentra en la corriente de un tiempo que
parece infinito en los bordes y en la que, como dice el poeta Juan Felipe
Robledo, un oso parco nos pesca como a salmones torpes.
Carlos Andrés Salazar Martínez