No es de extrañar que hasta hace poco el lujo haya sido relacionado con las más reprobables conductas del ser humano. Al estar por fuera de la norma, de lo que se considera estrictamente necesario, lo suntuoso ha cargado con el estigma de ser el incentivo utilizado por el deseo y sus aún más réprobas mutaciones: la avaricia y la lujuria, para mover a las personas a hacer algo que, en más de una oportunidad, parece distanciarse de lo permitido. En la actualidad, algunas de las formas del lujo se han abierto paso entre sus detractores para ser el motor de nuevas prácticas de consumo, algo alejadas de ese egoísmo por el que era señalado, y ha puesto a consideración de disciplinas como la biología y la sociología nuevas formas de comprender la naturaleza.
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