Cerró la puerta de la habitación sin cepillarse los
dientes, arrojó el buso en la piecera de la cama, y dejó a un lado los tenis y
las medias. Buscó a su novia en las llamadas recientes, se recostó en las
almohadas, se cubrió con la cobija llevándola hasta su pecho y su mano
desocupada fue a dar a su pantalón. Todos estos movimientos, que sin mucha
certeza terminaron cansándolo, lo sumergieron en una laguna que le hizo
descuidar la presencia de su hermano menor.
Sebastián, el hermano menor, escuchó el repulsivo eructo de su hermano
al otro lado de la habitación, y fingió seguir dormido mientras volteaba su
cuerpo para quedar de cara a la pared.
En la pared, un cuadro de payasos que se quedó con
ellos desde su infancia; detrás de la puerta un afiche de Natalia Paris, y las
calcomanías de cuanta ropa de marca han comprado. Una biblioteca con lo
necesario, una enciclopedia, unas revistas, los libros de la universidad de su
hermano, los textos escolares de él. Y sobre el escritorio y el computador un
entrepaño flotante en el que descansa la colección de muñecas manga.
Con sus piernas delgadas proyectándose hasta donde
las faldas lo permiten, faldas que dependiendo de la posición y las
circunstancias permiten ver mucho más de lo que le tienen prohibido. Con sus
culos perfectos y la cintura que se estrecha para crear el efecto de que sus
protuberantes pechos se van a reventar. Cuellos largos, rostros claros en los
que sus ojos grandes e intensos parecen decir mucho más, pero que en realidad
no dicen nada. Si, justo así son las compañeras de la universidad de su
hermano, justo así, como unas muñecas.
Era por una de esas amigas, que su hermano no pudo
tener la noche que deseaba. Celosa su
novia de las intenciones que sin recato demostraba la amiga decidió despedirse
y él se limitó a acompañarla. En la puerta de la casa de ella le dio el beso
que había planeado le daría una y otra vez, en privado, hasta que se agotará la
noche. Se despidió, entonces de su novia, decidido a no pedirle muchas
explicaciones. Él ya sabía lo que pasaba.
Sebastián se había acostado un instante previo a que
llegará su compañero de cuarto. Sus dedos aun calientes por las continuas y
extenuantes luchas que momentos antes lo habían llevado de conquistar las tierras
barbarás a enfrentarse con los nazis en una operación de incursión aérea no le
permitían dormir y pensaba en que siempre tendría una misión por concluir,
siempre una misión por concluir.
La voz de su hermano irrumpió en el silencio. Escuchó
las palabras que intermitentes le revelaron su condición. Otra vez borracho,
pensó. Seguro no me va a dejar dormir ¿Y ahora? Con quien está hablando este
güevón. ¿Linda? ¿De que está hablando? A buena hora le dio por resolver
diferencias. El próximo Toy Story debería tener unas muñequitas de esas y una
Tom Raider. Qué más da.
El sueño se le escaba pensando en la misión
inconclusa que su paracaidista aliado dejó sin terminar, en una plaza
agujereada por los bombardeos, y rodeada de un sinfín de ventanas, un
francotirador nazi no lo dejaba pasar. Ya iban dos muertes y aún no tenía claro
cómo matarlo.
Las palabras masculladas a la joven cómplice
llegaban al otro lado de la habitación como un susurro, un suspiro agónico,
quebradas por las ansias y el desconcierto. El menor de los hermanos molesto
por el sibilante ruido no entendía.
Solo, el hermano mayor, luego de llevar a su novia y
arrepentido por lo que no pudo ser, se tomó los tragos que lo emborracharon. Ya
todo estaba previsto, el lugar estaba reservado, y el había comprado lo propio
en la farmacia. Todo para que su amiga más hentai que manga se lo tirara. Por que
si, una prepago es más hentai que manga. Y él no está dispuesto a pagarle
porque, para él, las ganas no tienen por que terminarse cuando lo diga la
plata.
Ahora vera. Pensaba Sebastián. ¿Qué le dieron a este
loco? Buena la hora para hablar de sorbetes y helados. A esta hora. No, y más
loca está la que le contesta. Eso seguro que es una de sus muñecas, porque este
güevón las llama a todas menos a la novia.
Las frases que a través del celular llegaban a los
oídos del joven le provocaban los escalofríos que se sienten en el cuello
cuando los labios de alguna provocadora mujer están cerca. Y sentía que no era su mano, era
la de ella. Mientras los minutos se agotaban, se entreveraba y el sueño y la
embriaguez y la furia obstinada. Y el ya casi y el todavía no.
Tal vez si logro subir a la torre del reloj lo
logre, desde allí puedo buscar al maldito nazi para matarlo. Tal vez necesite
un rifle de mayor calibre y necesito más tiempo, pero no tengo, el también me
acecha y mi mamá no dejará de acosarme por la tarea de mañana. Cuando se le
acabará el tema a éste. Parece que ya, cuelgue pues ese teléfono. Me va a tocar
callarlo. Acabe o se lo acaban. Sebastián no terminaba, no lograba concretar su
plan.
La llamada de José se interrumpió antes de que
acabara, todas las mujeres posibles se arremolinaron en su mente incluyendo las hentai. Confundido por la realidad: salió de él una exhalación, un gemido
sordo, una suplica, y la furia en su voz que retumbó en la habitación.
- - Malditas
Prepagos.