En uno de los grafitis puestos en escena en Mayo del 68 un joven anarquista se pregunta por '¿Cómo puedes pensar libremente en las penumbras de una capilla?', mientras que otro suplica con un 'Amaos los unos a los otros' por la libertad de los oprimidos. Estas dos frases son algo así como lugares distantes entre los que intentamos construir un camino a diario (bueno, por lo menos, yo si lo hago).
Para dar respuesta al porqué surgió lo que hoy conocemos como religión no se me ocurre nada mejor que citar primero a Melville quien asegura que "la fe, como un chacal, se alimenta entre las tumbas, e incluso de esas dudas mortales extrae su esperanza más vital" y luego a Wittgenstein quien en su Tractatus hace referencia a que el "sentir el mundo como un todo limitado es lo místico". Y sí, es cierto, ponemos nuestras esperanzas en que alguien sepa más que nosotros, ese espíritu omnipresente a quien acudimos para que con su infinita sabiduría se tome la molestia de salvarnos o concedernos en medio del dolor y las ruinas algún milagro.
Pero no estoy aquí para hacer una diatriba contra la religión, la iglesia, o ese ser que todo lo puede, ni más faltaba. Ya bastante se ha escrito al respecto. Tenemos por ejemplo a Bertrand Rusell quien en su libro 'Por qué no soy cristiano' se declara un agnóstico, termino que palabras más palabras menos, quiere decir que cómo nadie es capaz de demostrar de manera cierta (tal y como cuando se realiza algún experimento) la existencia de Dios no es posible por tanto creer que es real. Y en un mundo plagado de demostraciones y hechos no podría pedirse menos de un académico cuya existencia está marcada por la necesidad de corroborarlo todo. Quisiera simplemente poner en consideración dos textos en los que se dan pistas para dar una respuesta definitiva a este espinoso tema.
En una de sus Siete Noches Borges trae a colación el Budismo, religión que incluso hoy goza de tener el mayor número de fervientes seguidores y a la que el autor acude no precisamente por esto, la toma como ejemplo para decirnos que: "Las otras religiones exigen mucho de nuestra credulidad. Si somos cristianos, debemos creer que una de las tres personas de la Divinidad condescendió a ser hombre y fue crucificado en Judea. Si somos musulmanes tenemos que creer que no hay otro dios que Dios y que Muhammad es su apóstol. Podemos ser buenos budistas y negar que el Buddha existió. O, Mejor dicho, podemos pensar, debemos pensar que no es importante nuestra creencia en lo histórico: lo importante es creer en la Doctrina."
Y es precisamente lo que aquel chico de Mayo del 68 estaba pensando, 'bueno, puede que sea incomodo que de mediadora halla una iglesia pero, vale, escribámoslo sobre este muro: Amaos los unos a los otros'. Qué importa más en realidad ¿Aferrarnos a la posible existencia de un Dios a quien hay que temer o estar ahí para quien nos necesita?
Sin embargo, muchas veces es necesario tener fe, alimenta nuestro insaciable espíritu de curiosidad, y quién mejor para recordárnoslo que Oscar Wilde quien en uno de sus exquisitos diálogos nos recuerda que "En cuanto a la Iglesia, no concibo nada mejor para la cultura del país que la creación de un cuerpo de hombres cuyo deber sea creer en lo sobrenatural, realizar milagros cotidianos y contribuir a la conservación del misticismo, tan esencial para la imaginación." Una frase que tiene como marco el ensayo en el que Wilde ensalza a la mentira; de la que asegura no sólo hace parte la religión sino también el arte. Un tema del que muy seguramente les hablaré luego.
Carlos Andrés Salazar Martínez