17 septiembre 2008

Faulkner

Leer Faulkner es como escuchar hablar a mi abuelo: la picardía, la aventura, las historias que en medio de toda su realidad esconden todo lo mágico de aquel tiempo en el que todos los procesos estaban sujetos a la voluntad de la naturaleza y el hombre sólo era una victima de su accidentado e impredecible transcurrir. Historias justo en ese momento histórico en el que comenzamos a trabajar en pro de no depender de nadie más, sólo de nosotros, y de esa forma tirarnos en la armonía que existía.
“- No -dijo el señor Ernest-. Eso ya no es suficiente. Hubo un tiempo en que lo único que tenía que hacer un hombre era trabajar la tierra once meses y medio y cazar el otro medio. Pero ahora no es así. Ahora dedicarse al oficio de la labranza y al oficio de la caza no es suficiente. Uno debe dedicarse al oficio de la humanidad.”
Justo como estar hablando con él. El "ya no es suficiente" que se repite generación tras generación. Ya no es suficiente con saber leer, escribir, sumar y restar; ya no es suficiente con terminar el colegio; ya no es suficiente con ir a la universidad; ya no basta con tener un postgrado, ya no es suficiente.
Nací en una época en la que prácticamente todo ya esta hecho, tu vida esta trazada y si perteneces a cierto estrato socioeconómico estas destinado a llevar una vida en procura de alcanzar un peldaño más en la escala de valor.
Por eso admiro el tiempo en el que los abuelos arriesgaban todo por dos acres de tierra, en el que no eran amos de la naturaleza sino que comprendían la forma adecuada de no perturbar los ciclos que hacen temblar de pasión los fértiles campos. En el que habitaban con ella en pleno equilibrio.
Es para mí más inspirador ese recuerdo que el cataclismo del que soy testigo, un enfrentamiento no sólo con la naturaleza sino con nosotros mismos, un suicidio lento, del cual será testigo ella y gracias al cual, muchos años después de nuestra extinción, ella tendrá la posibilidad no sólo de olvidarnos sino de dar paso a otra forma de vida que tal vez la comprenda.
“-Si -dijo el señor Ernest-. Así que debes ir a la escuela. Porque debes saber por qué.”
Todo aquello que amenaza nuestra estadía en la tierra ha sido creado por nosotros mismos, consecuencia de nuestro despreocupado interés por cuidar nuestro hogar y nuestro afán por satisfacer nuestros propios intereses.
“Sólo después de que el último árbol se haya cortado, sólo después de que el último río se haya envenenado, sólo después de que el último pez haya sido capturado, sólo entonces entenderás que el dinero no puede comerse”. Profecía Creek
Y mientras tanto seguimos yendo a la escuela con la esperanza de hacer algún viaje interplanetario que nos salve la vida.


CARLOS ANDRES SALAZAR MARTINEZ

10 septiembre 2008

El Rebautizo


¿Y es que quien de nosotros no tiene un apodo?


Aunque podría comenzar a clasificarse el arte de poner apodos y acomodar unos cuantos géneros que se combinen y formen nuevos, no es mi objetivo definirlos; si pretendo hablar de como ellos hacen parte de la cotidianidad y aunque no nos hemos dado cuenta son ellos los que diferencian las personas buenas de las malas.

Los apodos, alias, sobrenombres, nicknames son, para muchos, aquello que termina definiendo nuestra forma de ser para con las otras personas. Recordemos que la mayoría de nuestros nombres significan (me siento mal diciendo significaron) algo para alguna lengua ya extinta. Y es precisamente por esa pérdida, que algunos de nosotros no nos sentimos completamente identificados con nuestros nombres.

En la actualidad hay personas para las que, sin embargo, es explícito lo que significa o por lo menos designa su nombre. Amparo de La Cruz es, por ejemplo, el nombre de una de mis abuelas. Piedad, Clemencia y Clara podrían ser otros tres ejemplos y continuando con la onda hippie podríamos mencionar a una Paloma, una Burbuja (Porque la conozco) o a un Arco Iris. Pero bueno lo que me lleva a esto es el hecho de saber que para nuestros antepasados era tan importante tener un nombre que las personas comprendieran y les diera carácter que en muchas tribus del mundo a parte de tener un nombre que identifica a alguien dentro de la sociedad o tribu que habita, también, se les asigna un nombre secreto que permite identificar el rol que desempeña cada uno dentro del universo.

No dejo de maravillarme con los nombres que ponen los indígenas, nada raro sería tener un nombre como "Con Honra", "Flor de la Cordillera", "Veloz como el Viento", "Parada con Puño" o "Danza con Lobos"

Los apodos son aquello que nos permite crearnos, entonces, una identidad dentro de la sociedad y le da una especie de ritmo a nuestra forma de ser, debido a que son palabras que tienen una resonancia inmediata dentro de nuestra comprensión. Muestra de esto es incluso que el ciberespacio está plagado de lo que ahora conocemos como nicknames y no de nombres de pila.

Pero bueno, aquí va otra cosa, ¿Por qué a pesar de que todos tenemos algún sobrenombre no hay nada, para los medios de comunicación, que marque mejor la frontera entre quien es bueno y es malo, como los Alias? Para los malos alias y para los políticos títulos rimbombantes en donde debería haber uno que otro cariñito. Y en un país como el nuestro nada tan evidente. En un solo artículo de la revista Semana de no más de una página puede deleitarse nuestra imaginación al ir del Comba, al Rasguño, del Jabón, al Barnie y del Loco Barrera, al Diego Rastrojo; bueno, tal vez no deleitarse, pero si alimentar nuestros pensamientos elucubrando formas y comportamientos.


A mí entretanto me llaman El Gordo, así que imaginen.




CARLOS ANDRES SALAZAR MARTINEZ