- – Está
encendida. Sé que aún están grabando… ¿Me escuchan?... Este reality de mierda
se acabó.
El rostro está
demasiado cerca de la cámara. Apenas si podemos saber quién es, sospechamos su
identidad por la barba. Una barba en la que la sangre, ya seca, es evidencia de lo
ocurrido. Va un poco hacia atrás. Todos los de la producción, nos movemos
incómodos en nuestros puestos mientras vemos la misma imagen.
Es la mañana de
no cualquier domingo. La cámara móvil número quince transmite en vivo, sólo
para nuestros ojos. Aun no sabemos realmente qué pasó. Esperamos, sin
embargo, que el hombre que habla nos dé una explicación.
- – Sólo
falta matar al atleta y al vagabundo. El atleta porqué ha sido difícil de
alcanzar y el vagabundo porque no provoca saludarlo si quiera.
Los comandos
remotos de la cámara también fueron deshabilitados, es por eso que no hemos
podido alejarnos aún de su rostro. En la pantalla, sólo la mejilla que se mueve
mientras habla y el rastro molesto de sangre entre su barba.
Casi todos los
de la producción estamos en el malecón que se encuentra a 40 minutos en lancha
de la isla y en el que acostumbramos pasar la noche. Si digo ‘casi todos’ es
porque en la isla se quedaron un camarógrafo, un sonidista y la presentadora
para hacer algunas entrevistas durante la noche.
Al comienzo eran
dieciséis participantes. De ellos, hasta la mañana de hoy, quedaban la mitad:
el obrero, la profesional, el hombre de negocios, el religioso, el atleta, el
artista, la modelo y un vagabundo.
Con el vagabundo
pretendíamos darle un giro al programa. No fue premeditado, apareció mientras
hacíamos el casting. Ponerlo en el programa fue más difícil de lo que podría
parecer. Una persona de ese tipo no existe y firmar cualquier contrato está
lejos para él de cualquier consideración Kafkiana. Lo pusimos en el programa
muy a pesar de lo ilícito y las protestas de los demás participantes.
Fui el primero
en llegar a revisar lo que había sido grabado el día anterior. Vi que la mayor
parte de las cámaras fijas, utilizadas para algunas tomas específicas, y que a
su vez cumplen la función de circuito cerrado de seguridad, se hallaban
inactivas. Llamé al resto de la producción para alertarlos del incidente y
utilice la radio para comunicarme con quienes se habían quedado en la isla.
Alguien más me contestó y cambiando la voz afirmó que ya todos estaban muertos.
No recuerdo bien
a qué hora llegó el director, sólo sé que fue antes de que el primer grupo
saliera hacia la isla. Todos estábamos estupefactos frente a las pantallas que
registraban la misma toma. El silencio sepulcral se rompió al escucharlo decir,
que luego de hablar por teléfono con los directivos, no sería enviado ningún
grupo de la producción y mucho menos admitiría que alguien llamará a la
policía.
Todos somos
cómplices ahora. Somos algo más de veinte los que vemos el pedazo de rostro aún
sin nombre y escuchamos la voz retorcida de quien se ríe con esmero.
- – ¡Superen
esto Survivor!
Siempre me he
sentido culpable de hecho. Soy el editor.
Hoy, a la misma
hora en que se transmite el programa hay fútbol, la final. Es decir, no habrá
reality y es por eso que nos dimos la licencia de tomarnos algo en la noche de
ayer. Así que la muerte de un atleta y las esperanzas de vida de un vagabundo
nos separan del último capítulo.
De las cámaras
inhabilitadas quedaron algunas tomas grabadas. Gritos, murmullos, rastros de
sangre que brillan con intensidad por los reflectores, y en una de ellas la
modelo que cae sobre la cámara número cinco y luego otra explosión de sangre.
Sin embargo,
ninguna toma concreta que nos permita identificar al asesino. Lo que sí es
obvio es que fue él quien las desconectó.
Aunque… sí, hay
una toma, fue grabada por la cámara número dos.
Una toma por la
que creemos saber quién es. Grabada está la muerte de la presentadora. En la
escena se le ve llegar a rastras a la cámara y al intentar pedir ayuda la
sangre brota de su boca, luego su rostro golpea la tierra. Queda en la cámara,
de cerca, su cuello y en él un corte que no alcanza a ser lo suficientemente
profundo.
Esos cortes, no
tan profundos, son nuestra única pista, los vimos la mañana anterior. Luego de
intentarlo en varias ocasiones, el hombre de negocios logró dar filo, por fin,
a sus tarjetas. Esa mañana con una de ellas había desescamado y abierto con una
facilidad absurda todos los pescados. Se había cortado incluso un dedo mientras
lo hacía. Esa era una de las entrevistas que pretendíamos hiciera la
presentadora: no nos preocupaba que las tarjetas tuvieran filo, nos interesaba
saber cómo lo había logrado.
Todos los
participantes habían superado con buenos resultados los exámenes sicológicos y
físicos. Estaban lo suficientemente equilibrados para sortear los traumas que
les deparaba su estadía en la isla. En todo lugar se dejan las pistas que
permiten sacar conclusiones y ni nuestros sicólogos, ni nosotros habíamos
sabido interpretarlos luego de tres semanas de convivencia. Nosotros, los de la
producción, también tenemos nuestros padecimientos: en la isla un asesino y no sabemos
quién. Sospechamos de uno, sí, pero… y pensar que nos reímos cuando dijo que
sólo llevaría su billetera y unas tarjetas.
Muchos no han
podido salir de la consternación y el director anuncia que todo va a ser un
éxito. Para los problemas morales no hay mejor olvido que un negocio
redituable. Así que va a ser inevitable que esto continué y no quisiera editar
lo que falta.
A decir verdad,
qué sabemos: nada. Pueden faltar muchos más por ser asesinados, puede que no
falte ninguno. Puede que entre el atleta o el vagabundo esté el asesino. Puede
no ser tan deliberado estar tan cerca de la cámara.
***
Ya no hay nadie
frente a la cámara número quince. Sólo otro rastro de sangre que parece brotar
del tronco de una palmera, que frente a la cámara capta toda nuestra atención.
Se desliza por el tronco en una delgada línea que no alcanza a tocar tierra.
No es nada nuevo
ver cómo mueren personas frente a nosotros. ¿De cuántos asesinatos no hemos
sido testigos? Nada más cruel y despiadado que las ejecuciones que llegan por
correo.
Desde el canal,
los directivos autorizan al director hacer un trato con el de la isla. La misma
voz sin nombre responde al llamado por radio. El director le explica que aún no
hemos llamado a la policía, que la condición es que él habilite las cámaras
para seguir grabando. Editar y transmitir.
- – Sabía
que no me cortarían. – respondió sonriendo – ¡Estamos haciendo el programa que
el mundo quiere ver director!… Pero yo también tengo una condición: no debe
verse mi rostro.
Y las cámaras
fueron activadas.
***
Van dos días de
éxito absoluto, una cadena norteamericana adquirió todos los derechos, las
autoridades desconocen la ubicación de la isla. Estamos a un día de que lleguen
por todos nosotros. Pero debo reconocerlo, ya todo está siendo negociado. No he
permitido que se vea ningún rostro. Ya tengo editada la última escena del
capítulo final. En ella, un cuadro perfecto: mientras, atrás, recostado en un
árbol de teca, respira tranquilo el vagabundo; en primer plano, al tiempo que
el sonidista evita que escape el atleta, el camarógrafo desliza la tarjeta por
su cuello aún suplicante.