Dentro de su grupo de amigos podemos contar un
descuidado revolucionario
- – ¿Pueden
creerlo? ¡El primer matrimonio! – Protestaba y al tiempo golpeaba la botella de
su cerveza contra la mesa – El primer matrimonio de alguno de nosotros. Y el muy desgraciado nos manda una tarjeta de
participación. De participación ¿Quién se invento esa maricada? Mejor no nos
hubiera mandado nada.
Un sabelotodo sin esperanza
- – La
verdad. Creo que es un invento reciente. – Y su ceño tomó semblante de experto – Aunque podrían estar estrechamente
relacionadas con los comunicados en los que los señores feudales anunciaban sus
nupcias.
- – ¿Y
el güevon éste ya se cree señor feudal? – Y esta vez bebió de la botella.
Un posible afeminado
- – No
me gusta nupcias, eso suena retro. Mejor veamos que es lo que vamos a comprar
de la lista de novias – Terminó diciendo mientras que con un gesto todavía
impreciso lleno de plumas la mesa.
- – ¿Éstas
loco? A ese cabrón no le vamos a comprar nada.
Un economista sin remedio
- – Él
había dicho que no le iba a alcanzar la plata – Dijo y se frotó los dedos de la
mano derecha como contándola.
Y un conformista declarado
- – A
la hora de la verdad es mejor no ir – Llevándose la cerveza a la boca se calló
- – Si.
Es mejor que no nos invitaron. Porque si llegó a ver a esa modelito no me
aguanto. No me aguanto.
Todos ellos recuerdan el día que Andrés la presentó.
Esa noche, como acostumbraban hacerlo, se encontraron antes de buscar donde
tomarse las cervezas, en una barcito de los que rodean el Parque Lleras. Él ya
les había dicho que era una modelo y ellos no le habían creído, en medio de
risas le dijeron “como no, toda novia es una modelo”. Esa noche El Che,
Einstein, Juan Gabriel, John Nash y Jakob vieron una musa. Andrés subió por las
escalas para ubicar la mesa en la que se encontraban, ellos levantaron sus
cervezas para que los viera. Detrás de él y tomando su mano, la modelo.
Y es que si, existen diferentes tipos de modelos,
están las delgadas e infinitas como Giselle, las bajitas voluptuosas como
Jennifer, y las fibrosas de talla media que están entre una fisicoculturista y
una deportista amateur como Madonna, y además están aquellas que no son de aquí
ni son de allá, es decir, la Natalia de Andrés. Algo así como una trigueña alta
de culo mestizo, brazos firmes y tetas entre confortables y discretas.
- – Ellos
ya nos habían dicho que la lista de invitados estaba hecha que sólo había
espacio para cincuenta – Dijo sin esperanzas Einstein
- – Es
que si uno hace el matrimonio donde ellos lo van a hacer, la plata no alcanza,
ni para uno, ni para los invitados – Planteó John Nash
- – Pero
si no hay espacio para los amigos. A mi no me parece una cosa diferente a un
traidor – Sentencio luego de tragar el trago de cerveza que tenía en la boca y
continuó – Me siento tan excluido como cuando los Judios lo estaban.
- – De
hecho aún lo están – Dijo Einstein.
- – ¿Quien
va a negar que los mejores años de nuestra vida los vivimos juntos? – Acertó a
preguntar Jakob.
- – ¿Y
quien va a impedir que mate a ese Hijueputa? – Dijo El Che
- – Yo
no sé. Pero el vestido va a estar divino y la novia preciosa – Le respondió
Juan Gabriel. Porque para él también era una musa.
- – El
amigo por el que me rompí las pelotas en el colegio, con el que mochilie por la
costa, fuera de que se va casar no me invita el muy desgraciado… Conocen una
vieja bonita y olvidan la causa, que tristeza. Que tristeza.
Las cervezas iban y venían. El Che ya se había
tomado como cinco, y mientras que Einstein, Jakob y John Nash llevaban cuatro
Juan Gabriel llevaba seis. En el aire la promesa de una fresca noche. Ellos
tenían su preferencia por una mesa en particular que desde la terraza del bar
les permite observar, sin muchas incomodidades, las mujeres que aguardan ser
encontradas. Manteniendo las proporciones el casting por lo general esta entre
un Desfile de Victoria’s Secret y uno de Leonisa.
– Falta una semana para la boda y habían acordado
encontrarse ese día, antes de recibir la tarjeta de participación, para
terminar de concretar la despedida de soltero de Andrés.
- – Yo
ya había comprado la guayabera – Dijo Jakob sin rastros de reclamo.
- – Ni
que fuera la puta hija del presidente. ¿Y saben que? Nos vamos a tomar unos
rones.
- – Nos
hemos ahorrado lo del regalo, lo de los trajes y lo del viaje – Dijo Nash
haciendo cuentas.
- – Y
lo de la puta despedida de soltero. Que ni sueeeeeñe
- – Pero
si ya contratamos a la vieja – Dijo Nash
- – ¿Y
qué? Dejemos así que yo pago y me la como – Y El Che iba sirviendo el ron.
- – Yo
si nunca pagaría por eso, esas cuentas no me cuadran, el motel, la comida, el
transporte y la vieja.
- –A
mi no me importa.
- – ¿Y
si resulta bien fea?
- – Pues
por lo menos buena si esta.
- – ¿No
te llegaron las fotos? Se las envíe por correo.
- – Dejemos
así y no se preocupen. Porque como dice el tango: el hombre para ser hombre no
debe ser batidor.
- – ¿Entonces?
Ni un regalo
- – Por
mí que se meta esas tarjetas por el culo – Y mirando a Juan Gabriel – ¿Deme el
número de la vieja? Habíamos quedado para mañana, ¿Cierto?
- – Si,
para mañana.
- – Pues,
se le adelantó el diablo a esta belleza. Muchachos, hablamos. Y si ese pendejo
pregunta por la despedida de la que hemos hablado desde el bachillerato, que se
olvide.
El revolucionario puso en la mesa el dinero que
creía le correspondía de la cuenta, cogió la botella de ron, que ya estaba en
la mitad, y se fue. Juan Gabriel espero un momento, termino su primera cerveza
y pregunto.
- – Muchachos,
¿Ustedes están de acuerdo con él?
- – Pues
yo sólo sé que es la única forma de que Andrés aprenda. Porque si va a vivir
por el resto de la vida con la modelito tiene que abrirnos espacio a nosotros.
- – De
todas maneras podemos decir que la culpa fue del Che y nos ahorramos una plata.
Hablando de todo ¿Por qué le diste al Che el número de una casa si todo fue por
celular?
- – Yo
creo que las cosas no son así. Cuando cada uno de nosotros encuentre la que lo
complete, estarán de más todas las otras cosas.
-
Lejos ya del bar. Nuestro revolucionario amigo ya
había encontrado un lugar más tranquilo. Nunca pensó que el mejor de sus amigos
le haría pasar tan mal rato, porque aunque no le gustarán las bodas hubiera
dado lo que fuera por acompañar a Andrés en el altar dando ese si definitivo,
como lo son casi todos. El celular del Che fue hasta su oído y la voz de ella
se escuchó al otro lado de la línea.
- – Cambio
de planes, Princesa. El día de mañana serás sólo mía.
- – ¿Ernesto?
- – ¡Natalia!