Nunca he salido del país, pero de él ya lo conozco
casi todo, incluso aquello que nadie se atreve conocer, he recorrido sus
paisajes con la calma y la prudencia que dan los caminos sin pavimento, he
sentido la tierra aferrarse a mis botas, los mosquitos colgar de mi barba y la
lluvia bendecir mi cansancio.
En un sinnúmero de ocasiones, mirando la copa de
algún frondoso árbol, cierro los ojos extrañando las tierras libres, lozanas y
vírgenes en las que me he dejado cautivar por el mundo. Y me aferro a esas
imágenes, aprieto con fuerza los parpados, y los recuerdos se arremolinan en mi
mente. Sólo escuchar vibrar las hojas me hace recordar alguna brisa
refrescante; y el trinar de algún pájaro urbano algún remoto paraje. No
quisiera abrir los ojos, no quisiera bajar mi cabeza para descubrir la oscura
realidad que nos hemos fabricado y de la que ahora soy víctima y cómplice.
- - ¿Segura que
quieres a tu lado un hombre común? – Le pregunte a Daniela, como proponiéndole
matrimonio.
- - ¿Común? – Dijo
con ironía – Ojalá nunca lo seas.
Junto a la alegre fotografía hay otras. No es que
mi oficina sea grande sino que hay pocos papeles y mi computador se convirtió
en un portátil. De hecho el que los equipos sean más pequeños les ha permitido
a las corporaciones hacinarnos. Bueno aunque siempre lo hemos estado. A mi
lado, con sólo un tamborileo de mi bolígrafo, en formación tesela, cinco
personas: mis compañeros, con quienes comparto el mismo nivel en el
organigrama. En un cubículo con división piso techo, en vidrio templado, cuyo
único beneficio no es propiamente que su oficina se mantenga bien iluminada: mi
jefe.
Gabriel, está frente a mí, un veterano de mil
batallas, veinte años en la compañía, paciencia y dedicación, cinco años lo
separan de su retiro. Tal vez el único que me da ejemplo y me motiva a
continuar. A la izquierda de él, es decir a mi una, Viviana, una joven
emprendedora, dinámica y atrevida, con sus
firmes piernas conquistará el mundo, su novio está por pedirle matrimonio. A la
izquierda de ella, es decir a mis dos, y como podrán darse cuenta estoy dando
la vuelta, Jaime, cinco años en la compañía, el tonto con suerte, aquel que
haciendo caso de cuanto mensaje de superación personal sale por ahí ha logrado
ascender en la vida. Y a mi lado derecho, al izquierdo de Jaime, a las doce de
Lina, a las once de Gabriel, Felipe, ingresó conmigo, tres años en la compañía,
hemos compartido la misma suerte, su interés sin límite por las mujeres lo ha
convertido en un ambicioso, ninguna de las que ha compartido con él la cama ha
logrado atraparlo.
Y mi jefe, a mis seis, 15 años en la compañía. Tipo
alegre, que no destaca precisamente por su derroche de humildad y cuyo mejor
discurso motivacional es: “aquí hay plata para todos, su sueldo puede ser del
tamaño de sus intereses, y no se preocupen que nosotros, ponemos todo”.
En los otros cinco pequeños portarretratos se dejan
ver unas diminutas fotografías. Todas ellas un recuerdo, podría decirle con
orgullo a mi abuelo. La más antigua de todas, una que tomé desde una champa, al
Río Tamaná y a las montañas cubiertas de selva que lo rodeaban. Las gotas
producto del corte que hacíamos en el agua con el bote, alcanzan a verse. Era
sólo el comienzo del viaje. Luego de treinta y seis horas de camino aún nos
faltaban otras doce para concluirlo. Las innumerables fuentes de agua, sus
colores y matices, los persistentes arboles, las mochilas que cuelgan de ellos
y el humilde sentir del pueblo afrocolombiano, dueños de toda la riqueza, son
los sentimientos que se mezclan al verla.
Gabriel aspira retirarse pronto, muy a pesar de su
edad, pues estaría por debajo de lo establecido por la ley. Sus aportes
extraordinarios a la entidad de pensiones y cesantías le permitirán cumplir su
propósito. Anunció en una reunión que en cuanto su primer hijo se gradué de la
universidad, tiene planeado irse. Tiene dos hijos, el mayor está en once, y la
verdad no creo que sea capaz, voluntariamente, de presentar su renuncia.
Una playa extensa y solitaria. La selva que intenta
cercarla, una pequeña cabaña a lo lejos y en primer plano, una mujer con unos
provocativos cortos blancos y el sostén amarillo de su traje de baño, su piel
de nácar soleado diría Neruda y sus pies que sumergidos en la arena esperan la
siguiente ola, es lo que hay en otra de las fotografías. De ese viaje al pacífico,
las largas conversaciones con quienes desde el interior encontraron un refugio
y decidieron quedarse. Bueno, y la aventura con la mujer de los cortos blancos.
Unas cervezas sirvieron esa vez para escuchar de
uno de estos ermitaños modernos.
- - ¿Cómo es que te
llamas?
- - !Alejandro!
- - Escúchame
Alejandro. Cuando extenuado llego a mi cabaña y puedo beber del nacimiento que
de allí brota – dijo mientras sus manos simularon que recogían agua como de una
canilla o pluma y se la llevó a su boca y, tal vez, por los efectos producidos
por la inestable luz de las llamas de la fogata, vi que el agua se deslizaba
por su cuello hasta el pecho para mojarle la camisa. – Me siento todo un rey.
Y continuó.
- Esos hombres
ricos de la ciudad que deciden regalarle a sus hijos un carro, una moto, están
en un error. Yo le daría a mis hijos dos hectáreas de selva con una fuente de
agua y les diría “es lo mejor que puedo darles”.
Bueno y ya les hable de las piernas de Viviana, yo
conocí una mujer con mejores piernas que ella, una patinadora, una mujer libre.
No sólo la foto en la que en una quebrada cristalina, y sin nombre del
Amazonas, lava el cabello de las pocas niñas indígenas que la dejaron hacerlo,
mantiene fresco su recuerdo en mi memoria. Hay un jabón, un shampoo, no sé, en
ciertas mañanas en las que estoy cerca de una mujer que utilizó ese mismo
ingrediente para ducharse, el aroma me transporta a la cama que compartimos en
la selva mientras el tiempo se ralentizaba. Ella era para mí lo que yo soy para
Daniela, un aventurero.
Era en medio de todos esos sentimientos encontrados
cuando apareció en mi vida Daniela, ella y yo concertamos la decisión que hoy,
irrevocablemente, transmitiré a mi jefe. Creemos, que este es el momento justo
para asumir nuevas responsabilidades, arriesgarse, obtener de la vida eso que
anhelo. Y yo estuve de acuerdo. Lo curioso de todo es que al inicio ella se
enamoró de mí por ser diferente, por tener siempre la misma camisa, por dejarme
crecer la barba, por parecer un perdido. Fue sólo después, al graduarme de la universidad, que tuve el valor de
preguntarle si quería compartir su vida con un hombre cotidiano y así fue.
Ahora, por más que lo intento, las vacaciones no bastan, siempre presente, la
sombra amarga del regreso. Y el tiempo que no da espera.
Desde un caballo tomé la siguiente foto.
Recorríamos la parte baja del Nevado del Ruiz, el nublado bosque fue abriendo
lentamente paso al sol que iluminó el cañón para exhibir con beneplácito las
esbeltas palmas de cera que de pie retan todas las teorías. Fue justo en ese
instante en el que mi cámara capturó el verde, que oscuro por la humedad se
revelaba fértil. Y ni mejor decirles lo que opinó Jaime de ella.
Y por último la foto que causa la envidia de
Felipe. Cargando un mojito en la mano, de esos gigantescos y coloridos que sólo
en Andrés Carne de Res saben hacer, estoy yo, abrazando a Daniela unos días
antes de casarme con ella. Esta hermosa, su falda desafía el umbral de lo
posible, yo tengo la barba que la libertad me permitía tener y detrás de nosotros
el diablo y a nuestro lado unos angelitos, sus arcos y sus flechas.
- Con todo respeto
Alejandro – dice Felipe mientras traga saliva – Esa Daniela… esa Daniela.
Yo no digo nada, pero me quedo pensando en esa
noche y me digo a mi mismo… Esa Daniela.
Sólo unos pasos me separan de mi jefe. Quisiera
tener la certeza de que aún hay lugares en este mundo que nos recuerdan lo que
somos. Y que aún es posible para mí hallar el río del que brota el agua que da
la inmortalidad.
- Jefe… ¿Puedo
entrar?
- Sí, Alejandro.
Precisamente…
Pienso en que ya no importa.
- Toma asiento –
Me dice él, y con la mano me indica cual silla tomar. Como si yo no supiera.
Pienso en que ya tuve todas las oportunidades. Las
suficientes como para no comenzar a repetir recuerdos.
- ¿De qué quieres
hablarme?
Mi hija crece rápidamente y serán para ella el agua
y la tierra.
- Jefe… Quiero aceptar el ascenso.
- Jefe… Quiero aceptar el ascenso.