Es primera vez que lo hace, lo percibo en cada uno
de sus movimientos. Lo sentí, incluso, en su voz cuando llamó. Pero no sospeché
nada, por lo general casi todos llaman nerviosos, llaman mientras aún no han
salido de casa, estando en compañía de sus esposas, de sus novias o con sus
hijos.
Mi celular sonó mientras aún estaba con un cliente,
por lo que yo también debí sentirme nerviosa. No pude coquetearle como
acostumbro hacer con quien me llama.
- –¿Eres tú la
rubia de las fotos? – Preguntó
Yo pude haberle dicho que sí, que si se lo proponía
todo eso sería suyo, que no se le ocurriera dejarme excitada. Pero no, alcance
sólo a decirle.
- –Te llamo luego
Cada llamada es una oportunidad y no puedo dejar
pasar las oportunidades.
- –No. Yo te
llamo luego – Respondió con su temblorosa voz y colgó.
Nunca creí que este llegaría a ser mi trabajo. La
verdad es que fui estudiante de escapulario y uniforme hasta la rodilla. Ahora,
soy mujer de tarjetas y puedo ser toda una lolita. Aunque dentro de las
posibilidades: enfermera, caperucita, policía y hasta, por alguna extraña
razón, comunista.
Es en este momento que repaso mi vida, con el tipo
nervioso que me abrió la puerta, que me doy cuenta que ni a mis veinte lo
pensaba. Sí, era obvio que la pasaba muy bien con los dos novios que tuve antes
de empezar con este trabajo, pero nunca lo pensé. Las mejores cosas ocurren
cuando ni te las esperas y de eso, en mi trabajo, abundan los ejemplos.
- –Espero que no
te molesten las preguntas –Y me hizo pasar hasta su cama.
- –Pues ya me
pagaste. Si lo que quieres es conversar… Adelante
Ya había visto mi escote, y de mi escote había ido a
mi estrecha cintura, y de ahí a mis piernas. Y si el muy desgraciado quiere
hablar, estoy segura de que se arrepiente. Un caso típico, otro escritor en
busca de historias. La habitación está llena de papeles, algunos libros y un
portátil. No había tomado nada de la canasta de snacks.
- –¿Qué fue lo
que pasó cuando comenzaste? – Me preguntó mientras humedecía su boca.
- –La verdad es
que como casi todas… Una amiga.
- –¿Y?
- Hubo una época
en la universidad en la que no podía hacer todo lo que quería y no podía tener
todo lo que me merecía. Mi segundo novio era un recuerdo y los hombres no
paraban de invitarme a salir. La belleza clara de ese tiempo se convirtió en
esta hermosura fatal de ahora.
- –¿Y cómo fue esa primera vez? – Con cada una de
las preguntas yo veía que su respiración se agitaba, justo como cuando mis
clientes comienzan a desnudarme.
- –No hablemos de
eso.
- –Recuerda que
te pagué – Sí, justo como cualquier
cliente.
- –Fue muy
difícil – Dije mientras me quitaba las botas. Si esto va para largo es mejor
estar cómoda, y continué.
- –Una de mis
amigas, de esas que crees que no pero sí, me pidió un día que la acompañara, que iba a salir con unos
amigos y la acompañé.
- –¿Se portaron
como caballeros? – Preguntó él con cierta ironía.
- –Pues sí, la
verdad es que casi todos lo son.
Desde la ventana del apartamento que había
alquilado, podía ver los ventanales en los pisos altos de los edificios de la
zona más exclusiva de la ciudad y aunque no era la primera vez que estaba en este
hotel, hoy, ya habían pasado 20 minutos y aún no estaba desnuda. Este
sabelotodo no se va a aguantar.
De la cartera saqué el labial, sin pudor me lo
apliqué en los labios. Primero el labio inferior luego el superior y para
distribuir el color uniformemente el acostumbrado beso a la nada, no sólo una
vez, tres, cuatro y con este tipo hasta cinco. Me solté el cabello, acomode las
almohadas para recostarme y que pregunte lo que quiera.
- –¿Quieres tomar
algo? – Dijo mientras acomodaba la silla del escritorio frente a la cama.
- –No.
- –¿Y fue difícil
la primera vez?
- –La verdad es
que no. Ese día, a ese papacito, se lo hubiera dado gratis. Siempre es una
incertidumbre no saber quién llama. Como puede ser alguien como tú, puede ser
cualquier cosa. Ese es el trabajo. – Y qué no se aguanta
- –¿Y si el tipo
es desagradable…?
- –No, la verdad,
es que aquellos a quienes tú tildas de desagradables son, por lo general, los
más amables. –Compensan por mucho cualquier defecto.
La tarjeta que permitía abrir la puerta de la
habitación descansaba sobre la mesa de noche, al lado de la cama. En ella la
acostumbrada lámpara, el radio-reloj y dos desgastados libros, sobre sus lomos
los títulos: “De las prepago y otras tarjetas” y “La proxeneta de la mafia”, un
libro del que sé algo por una amiga señalada. Él me interrumpió antes de que
los tomara.
- –¿Cuánto tiempo
hace de eso?
- –¿De qué?
- –De tu primera
vez.
- –Dos años.
- –Y, ahora, ¿Qué
piensas?
Otra pregunta con la que no se va a reprimir. Y ya
me cansó. Me niego a perder el peeling y la depilada.
- –Mira, sé que
estas buscando mi arrepentimiento, que me sienta culpable. Pero olvídalo. No,
en ningún momento. Esto es lo que hago y cada vez que lo hago lo disfruto. –
Veo como el fuego crece en sus ojos y continuó – Al igual que una persona puede
perder su tiempo frente al computador, yo me entrego a un hombre respetuoso sin
pudor. ¿Intentarás redimirte expiándome de culpas?
- –La verdad es
que estoy buscando una historia – Dijo y por primera vez me miró a los ojos.
- –Qué clase de
historia. ¿Eres periodista? Recuerda que puedo ser tan discreta como tú lo
seas.
- –Es una fuerte
amenaza.
- –Si, es buena,
suelo utilizarla. Tú y yo seremos los únicos que sabremos qué fue lo que paso
aquí. Y por más casto que seas puedo decir que te portaste como ninguno.
- –Sin embargo,
no soy periodista, soy escritor. – Si, efectivamente, otro escritor.
- –De ustedes…
pocos.
- –Pero si te
gusta lo que haces, no podré escribir nada sobre ti. La literatura está plagada
de personas insatisfechas y desafortunadas.
- –Pues si
quieres me invento alguna historia. Pero la verdad es esa. El carro en el que
vine, las tetas que no has querido ver y el culo en el que me siento, los pague
trabajando en esto – Lo dije con rabia, porque la verdad estoy perdiendo mi valioso
tiempo – Incluso hasta aprendí a hablar inglés. Y para que te lo niego, todos
los clientes son justo como tú, unos caballeros
- –¿Y no deseas
más?
- –La verdad es
que no, ya tengo suficiente. Acaso no me vez, sólo necesito un apartamento
nuevo. Por el momento, trabajo para la rumba que sigue, para mantener el
estatus y por un mejor carro.
Empezaba a hacer calor y si prende el aire
acondicionado voy a ser yo la que no me aguante, por alguna razón el frio me
excita.
- –¿Y un novio?
- –Para qué uno.
Si ya lo intenté con todos – Y prendí el aire – No creo que haya novia más
complaciente que yo. Todas las fantasías son posibles conmigo, todas… Es como
todo, los hombres quieren tener a la modelo pero muchos de ellos no soportarían
ni las fotos ni el trabajo que hay de por medio. ¿Cómo es que dicen? Quieren la
leche sin ordeñar la vaca.
- –O el jugo sin
exprimir los limones
- –Como sea…
- –¿Y cuál es tu
verdadero nombre?
- –Eso en
realidad no importa. ¿Qué quita o que pone, que el verdadero nombre de Pablo
Neruda fuera Neftalí o que Marilyn Monroe se llamara Norma? – Y como respuesta a
la pregunta sólo obtuve su cara de sorpresa. Así que continué.
- –Qué
¿Sorprendido? El problema de todos ustedes, los escritores jóvenes, es que
están llenos de prejuicios y creen saberlo todo.
- –¿Y que sabes tú
de escritores? – Dijo para evitar seguir apenado.
- –Pues, por lo
menos conozco muchos más que tú. Y de eso no cabe duda.
–Sintiendo tal vez que no tenía oportunidad, luego de
un incomodo silencio, cambió de tema preguntando.
- –¿Y el retiro?
- –¡Estás loco!
- –¿Qué tiene de
raro? Quienes trabajan piensan en su retiro.
- –Pues yo
todavía no pienso en eso. Quienes piensan en su retiro son aquellos de los que
hablamos. Aquellos que se entregan a la monotonía. Si es algo que te apasiona
que necesidad tienes de pensar en el retiro. ¿Tú piensas en el tuyo? – Y en su
rostro se dibujo la sorpresa.
- –No. Yo no
tengo en mente el mío.
- –Entonces disfrútalo…
–Ya va a caer la noche. Y me pregunto si de verdad este
tipo me llamó para conversar.
- –Oye... Al
igual que ellos, me pagaste para que te cumpliera un deseo. ¿Acaso no lo estoy
haciendo? – La pausa fue sólo lo justo – Y es que eso es lo que hago: cumplo
deseos.
Y sus ojos se incendiaron. Disimuló levantándose.
Tomó la carta del hotel y desde lejos la arrojó hacia mí. Sí, justo como todos
los clientes. Como quien dice, indiferente, “pida lo que quiera, no me importa.”
El frio ya comenzaba a endurecer mis tetas mientras
veía la carta. Hace más de tres días en los que sólo desayuno y hoy no me
vendría mal probar algo.
- –Quiero una
hamburguesa, papitas y un jugo de fresa. – Y que esto se termine o él se
decida.
Se levantó, ordenó para él, ordenó para mí. Y pude
ver que ya no estaba nervioso. Firme, su mano, colgaba el teléfono. Se quitó la
correa para ponerse cómodo, estaba descalzo desde que entré. Yo recordé que el
frio ya me tenía excitada y sin esconder las intenciones:
- –No puedes
escribir sobre algo que no conoces.
Decidido, miró mi escote, mis pies descalzos y sí,
justo como cualquier cliente.
- –¿Y para qué
crees que estás aquí?