Carlos Andrés Salazar
Martínez
Imagen: The New Yorker
Pero diría que estás un poco melancólico. Lo que tú
necesitas es un gramo de soma.
Aldoux Huxley. Un Mundo Feliz
¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por tu tranquilidad?
Esa es la pregunta a la que muchas empresas
farmacéuticas han tratado de dar respuesta desde hace seis décadas. Ya lo
presagiaba Enzensberger a finales de los noventa, la tranquilidad será muy
pronto una de las posesiones más codiciada. Pero la tranquilidad, tal vez, será
lo único que nadie podrá tener por completo. Será un bien de lujo tan
perseguido como inalcanzable, para los ricos porque son muy ricos, para los
pobre porque son muy pobres y los del medio, bueno, los del medio porque no son
ni lo uno ni lo otro.
El riesgo constante al que se siente sometido el hombre
contemporáneo impide que disfrutemos de la tranquilidad necesaria para sacar
provecho de nuestra propia existencia. Y es en medio de ese constante riesgo
que trastornos psiquiátricos, como la ansiedad y la depresión, se presentan
para indicarnos que algo no está del todo bien. El estrés es uno de los
factores que influye en que los índices de pacientes con síntomas de ansiedad y
depresión vayan en aumento, y es el no tener claro las diferencias entre una y
otra lo que impide, muchas veces, un diagnostico adecuado.
Robert Sapolsky ha dedicado gran parte de su vida en
develar las causas del estrés y ha encontrado las fronteras que permiten
diferenciarlas. Al respecto nos dice:
El cuerpo trabaja constantemente para mantener su
equilibrio en un estado idóneo de temperatura, presión sanguínea, niveles de
glucosa circulante que usa como energía, etcétera. Un agente estresante es
cualquier factor que rompa ese equilibrio. En pocas palabras, nos estresamos
mucho menos cuando creemos que las circunstancias son controlables y
previsibles y disponemos de un vehículo para desahogar la frustración o
contamos con apoyo emocional.
Partiendo de esa base, entonces, plantea lo que, luego
de años de investigación, se atreve a definir como ansiedad y depresión: Las
personas ansiosas se creen rodeadas de agentes estresantes que no pueden
controlar y tienden a estar en constante vigilancia aun cuando no existan
amenazas reales. En el caso de la depresión, el individuo es incapaz de
percibir o aprovechar la información predictiva, los mecanismos de defensa y el
apoyo social.
Según esto la raíz de todos nuestros males se encuentra
en los agentes estresantes que rompen el equilibrio en el que se
encuentra nuestro cuerpo, pero hemos de reconocer que ese agente puede
ser cualquier cosa y, además, afirmar que esos agentes estresantes
inundan la vida cotidiana. Podría decirse que en una sociedad como la nuestra son la vida misma.
Sin embargo, ya estamos en un mundo muy próximo al que
presagiaba Aldoux Huxley en su libro Un mundo feliz. Un mundo en el que
es posible seguir adelante sin necesidad de enfrentar nuestros temores más
profundos, en el que sólo necesitamos dejarlos a un lado.
Interesante es ver, entonces, la manera como hemos
decidido librar esa batalla contra la ansiedad y la depresión. Desde 1946 hasta
la actualidad hemos fabricado las drogas que, gracias a los avances de la
química, hacen que nuestras vivencias, al igual que nuestra percepción del
mundo exterior, sean alteradas. Los tranquilizantes, como los analgésicos,
intervienen en el modo de transmisión de las señales del sistema nervioso que
emplean no impulsos eléctricos sino substancias químicas denominadas
neurotransmisores.
Fue en 1988 que la historia de las drogas para el
tratamiento de la ansiedad y la depresión se partió en dos. Antes de la época
de los antidepresivos fue la época de los antiansiolíticos y fue a raíz de ese
cambio que se abrió una brecha aún más grande entre ambas enfermedades. Al
encontrar que drogas como el Valium y el Librium eran adictivas, la F.D.A.
(entidad que regula la comercialización de productos alimenticios y médicos en
Estados Unidos) decidió cambiar de opinión poniendo fin a la era de los
antiansiolíticos. Su nombre fue borrado de los manuales y se abrió, así, la
puerta para drogas que como el Prozac, la Fluoxetina tal y como la conocemos, a
pesar de ser prescritos para patologías propias de la ansiedad, fueran
comercializadas como antidepresivos.
Teniendo en cuenta lo importante que es la definición
de estos dos términos, es pertinente destacar que con base a ese cambio
realizado en los ochentas, muchas veces el paciente no es consciente de cuál es
el mal que lo aqueja y el médico no acierta en lo que prescribe.
Es de este modo como, en la actualidad, la depresión
ha sido definida de una forma que incluye una tristeza normal y pasajera,
nos advierte Louis Menand, en el The New Yorker, haciendo la salvedad de que
sólo en un caso la depresión no es prescrita: el duelo. Y es en ese
punto donde tiene sentido su otra advertencia, en la que destaca que la
industria ve, en un mundo de infelicidad, una posibilidad para hacer dinero.
Zygmut Bauman habla de este gran negocio, sostiene que es
imposible medir con exactitud el enorme y creciente papel que juega en el crecimiento
del PIB el estrés emanado de las preocupaciones que consumen nuestras vidas.
Y las estadísticas lo respaldan, entre 1988 y 2000 el consumo de antidepresivos
se incremento el triple, IMS Health, compañía que reúne datos sobre el cuidado
de la salud, reportó que en 2008 en Estados Unidos unas ciento sesenta y cuatro
millones de prescripciones fueron hechas por antidepresivos, y las ventas
alcanzaron un total de $9.6 billones.
Colombia no es ajena a esas estadísticas, y pese a que
el reporte dado por el Estudio Nacional de Salud Mental, realizado por el
Ministerio de Salud, es de hace siete años, permite ver que la tendencia no es
muy diferente. El estudio mostró que alrededor de 8 de cada 20 colombianos, 3
de cada 20 y 1 de cada 14 presentaron trastornos psiquiátricos alguna vez en la
vida, en los últimos 12 meses y en los últimos 30 días, respectivamente. Los
trastornos más frecuentemente reportados alguna vez en la vida fueron los de
ansiedad (19,3%), seguido por los trastornos del estado de ánimo (15,0%) y los
trastornos por uso de sustancias (10,6%). El 4,9% de la población estudiada
intentó suicidarse alguna vez en la vida y el 1,3% lo había intentado en los
últimos treinta días.
No es extraño preguntarnos, entonces, por qué durante
años el PIB ha sido el índice utilizado para determinar si los habitantes de un
país gozan de una buena calidad de vida. El crecimiento en este índice implica,
palabras más palabras menos, gastar más dinero y parece ser que a muy pocos les
interesa en que se ha gastado ese dinero realmente.
Sapolsky destaca como un agente
primordial en la generación de estrés la forma en que sentimos que encajamos en
la sociedad o el lugar que creemos ocupar en ella. Es de esa manera que ha
descubierto que la pobreza es más estresante cuando está rodeada de abundancia.
Afirma él que Nada es más corrosivo que estar rodeados de recordatorios de
que la vida no nos trata tan bien como a otros. La mala salud no es cuestión de
sentirnos pobres, sino de que nos hagan sentir pobres. Pero no debemos
preocuparnos, para eso también parece haber una solución.
Carlos Andrés Salazar
Martínez